jueves, 28 de abril de 2011

Un amigo inolvidable


Blanca Ibet Ramírez Celestino
El tiempo transcurre lentamente desde esos días de juventud, donde pasaba horas enteras jugando tras aquel ciruelo, que para mí, era un transporte que me llevaría a cualquier parte que yo quisiese.
Sí, yo era una niña rara, es lo que decía mi mamá pues no acostumbraba ponerme vestidos, me hacían sentir incomoda. Ella siempre preguntaba, ¿por qué no te pones un vestido? ¡Te verías tan bonita como las demás niñas! Yo le decía que no, porque los vestidos me impedían saltar y brincar entre los árboles, parecían barreras que me dificultaban hacer las cosas que yo quería.
Disfrutaba las tardes jugando, a veces sola o a veces en compañía de mi primo. Recuerdo bien cómo me había inventado un amigo imaginario, que siempre estaba conmigo, se me hacía raro que mamá no preguntara con quién hablaba, ¡los vecinos debían haber pensado que ya me había vuelto loca!, pues no disimulaba ni un poquito.
Recuerdo exactamente un sábado nublado, fresco en el mes de junio,  cómo los perros les ladraban a los animales que pasaban cerca de la casa, ese día me dirigí hacia mi lugar favorito, mi querido ciruelo, que me esperaba paciente para aventurarnos una vez más en un viaje lleno de fantasía, acompañada de mi gran amigo imaginario.
Subí aquel ciruelo lleno de frutas maduras, corté algunas y las guardé en mi bolsillo, en aquel momento llegó mi compañero de tantas travesuras, mi primo.
Ese día imaginamos que éramos dos piratas que surcaban las más temibles aguas llenas de tiburones, que en realidad eran dos perros que se encontraban durmiendo bajo los dos árboles.
Mi primo subió a un árbol de mango petacón, el cual sería su barco, echamos a andar nuestra imaginación, ¡aquel pirata tenía como prisionero a mi amigo imaginario!, y yo tenía su gran tesoro, una bolsa llena de golosinas, y sin llegar a ningún acuerdo comenzamos a pelear.
Tomé las ciruelas que tenía en mi bolsillo y comencé a aventárselas, él no tenía más que unos cuantos mangos, pero agradezco que estuvieran chicos, si no, ¡con sólo un mangazo me habría tumbado de aquel árbol y me habría devuelto a la realidad!, donde me encontraría tumbada en el suelo, con un gran moretón en el cuerpo.
Él cortó los mangos que ya estaban arrugaditos, los tomó y me  los aventó, uno casi me caía cerca del hombro pero no fue así, pues le dio a la rama, pero el jugo del mango me cayó en la cara, me limpié con mi blusa, en tanto él, se estaba “matando” de la risa.
Fue entonces que aproveché y le tiré una ciruela que le cayó en el pantalón y le dejó una gran mancha amarilla, como el color de la mostaza. En ese momento recordé la vez que lo había descalabrado y cómo mi mamá me había puesto una “cueriza” que todavía no he podido olvidar.
Pero apenas y me puse a pensar la regañada que le iban a dar mis tíos, en seguida pensé que también a mí me iban a regañar, pues tenía la ropa manchada de jugo de mango con algo de ciruela, una combinación perfecta, pero no me importó.
El pobre árbol se estaba quedando sin fruto y yo sin nada con qué defenderme, ¡mi barco se estaba hundiendo!, ¡estaba perdiendo la batalla!, ¡los tiburones comenzaban a despertar!, que por cierto eran unos “tiburones” muy juguetones.
Entonces subí hacia la otra rama del ciruelo y junté más municiones, tenía ventaja aún cuando el barco ya estaba por hundirse. El otro pirata ya no tenía con qué defenderse, se habían terminado sus reservas, por lo tanto, hicimos un trato: él me regresó a mi amigo y yo sus golosinas, ¡justo a tiempo!, pues mi papá había llegado y se molestó mucho porque nos habíamos terminado el mango, y yo, había cortado la mayoría de las ciruelas.
Nos dijo que entráramos a la casa y nos limpiáramos pues habíamos terminado totalmente sucios, mi mamá estaba preparando la comida mientras mi hermano dormía en la cama. Mi primo tuvo que irse después de comer, ya era un poco tarde y su mamá lo esperaba en casa para ser regañado.
Casi siempre era lo mismo, en cada cumpleaños o reuniones familiares, nuestros padres nos pedían que nos quedáramos quietos pero era imposible, sólo a veces estábamos sentados pero era nada más porque nos poníamos a jugar videojuegos, pero eso era raro, porque la mayoría de las veces nos poníamos a jugar futbol o al famoso juego de “los ponchados”.
Sin embargo, más adelante, hubo un tiempo sin reuniones familiares, ni festejos de cumpleaños. Me quedaba sola en casa, encerrada, mi mundo de imaginación se fue cerrando, y no pude hacer nada.
Pasaron los días, los años y todo fue cambiando, los niños que fuimos crecimos, ya no éramos los mismos, tomamos rumbos diferentes, más adelante, mi primo y yo, apenas y cruzábamos una palabra.
Aquellos momentos eran totalmente diferentes a lo que vivo hoy, los recuerdos se han quedado en el olvido, parecieran fotografías plasmadas recordándome que alguna vez esos días existieron.
Cómo quisiera regresar el tiempo hasta aquel ayer, donde disfrutábamos tanto divertirnos, convivíamos y reíamos, o cuando le rompíamos los trastes a abuelita de un balonazo y terminábamos castigados, pero todo eso valía la pena, porque nos divertíamos juntos.
Ahora mi amigo imaginario y yo hemos zarpado a un mundo, mi mundo, donde tengo todos los recuerdos que pasamos juntos, ocultos en un cofre, esos recuerdos que jamás serán desechados pues están bajo llave, y algún día regresarán…

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