domingo, 24 de abril de 2011

La muerte que yo espero


Marisol Vargas Fonseca
Inspirada en las letras de una persona que ha dejado profunda marca en mi vida, he decido poner en grafías mis pensamientos, algo que hace muchos años no hacía. ¿Por qué? Porque me cansé del mundo intelectual y de dejar registro de las voces que nacen en la cabeza, porque creo que la banalidad inundó mis manos y éstas ya no desean ser instrumento de esa vorágine superior que cada día me impide dormir tranquilamente. Quizá la solución sea regresar a las letras para acallar a la razón que no me da vida y me causa insomnio.
     Así que hoy cerré los ojos y dejé vagar las manos sobre el teclado. ¡Qué tiempos aquellos en donde diríamos: “dejé correr la pluma sobre el papel”!
     La muerte que yo espero ciertamente no la espero, porque al hablar de esperarla habría que considerar una especie de recepción que me niego a preparar. Sin embargo debo aceptar que la muerte habrá de llegar en el justo momento, y digo justo en el sentido de que ella es quien decide cuándo y cómo se pondrá enfrente de mí y me dirá que ha llegado la hora. ¡Quién seré yo para rebatirle sus palabras! Y, ¿quién será ella para decidir que he de morir?, porque nuestro mentor portugués Saramago nos ha dicho que no será la muerte quien me mate, será el olvido quien lo haga.
     Mientras lo anterior acontece me conformo con seguir en este cuerpo (maravillosa cáscara por cierto) cultivando mis músculos, mis neuronas y poniendo en jaque a quien osa cuestionarme; visitando lugares nuevos en donde el charlar con la gente, con un café en mano, me enseña más que cualquier posgrado; amando, dejándome amar y diciendo adiós sin remordimientos; así quiero recibir a mi lúgubre visitante, vestida de piel entera y bronceada de la luz de la vida que he caminado, con los accesorios de una mente vívida, una razón fuerte y una mirada sin miedo.
     Yo no espero a la muerte, creo que ella me espera a mí; es posible que ella piense cuándo habré de cansarme de explorar los cerros con las botas puestas, de subir volcanes y no temer quemarme, de nadar en ríos helados y dormir en selvas húmedas. A cada salida de mi cotidianeidad le firmo a quien me pida un deslinde de responsabilidad porque si me he de encontrar con la muerte, lo haré sin arrepentimiento alguno.
     Cada día me atrevo a más cosas y conforme pasa el tiempo me doy cuenta que no me alcanzará la vida para todo lo que vislumbro; así que entonces he decidido pensar que mi vida se reduce a un día y en él haré todo lo posible para tener placer y éxtasis porque al final de todo, ¿de qué se trata  vivir? Entonces, en perspectiva puedo decir que sin esperar a la muerte, ella puede presentarse y no me quedará más que pensar en los planes futuros que resolveré en mi otra vida, en mi próximo renacer.

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