sábado, 7 de mayo de 2011

Mi experiencia de ser mamá


Irene Loza Adán
Mi embarazo se cosechó en mi adolescencia. Pasé momentos difíciles durante mi estancia en la escuela, porque pensaba en las miradas abrumadoras por encima de mis ojos y sobre todo dirigidas a mi pancita. Ver que nadie te ayudará a caminar con ese costalito en el vientre, ni saber quién te dará la mano para que no decaiga el ánimo de seguir adelante, eran cosas que en verdad me inquietaban.
     Al estar en esa situación, sentía miedo al decir a mamá: – ¡Estoy  embarazada! –, porque no imaginaba su reacción. Sabía que la había defraudado pues ella había depositado en mí la esperanza de que saliera adelante. Entonces pensé que era el momento de no dejarme caer, lo que tal vez algunas personas esperaban. A pesar de las circunstancias y todos los obstáculos  que se me presentaban, decidí salí adelante. Pensé que no sería la única ni la última chica que saliera con “su domingo siete”, como le ha nombrado la sociedad a la situación en que me hallaba. Tal vez la gente me veía como un bicho raro, porque únicamente se fijaban en ese bultito que se me notaba debajo de la blusa de gala de mi escuela. ¡Los botones estaban a punto de saltar hacia todos lados! Sin embargo, no me daba pena ni tenía por qué esconder mi vientre: era sencillamente el resultado de un acto adolescente. Ser madre sería difícil. No obstante, más adelante pensaba que lo más complicado ocurriría cuando mi bebé empezara a crecer y así fue, porque cuando esto sucedió vinieron otras implicaciones para mi nuevo rol de mamá. A pesar de ello, he aprendido a manejar mi propia existencia a partir de comprender la belleza de tener una vida más, a mi cuidado.       
     Hay muchas chicas que pasaron de los primeros años de adolescencia a la adultez, al tener un hijo, pero es incluso gratificante cuando comprendes que ese bebé es un pedacito de ti, quien te conmueve profundamente al momento de escuchar su llanto. El primer día que compartes a su lado lo ves y sientes latir su corazón, lo que te hace mirarlo como un ser maravilloso que tuvo finalmente la oportunidad de vivir. Cuando él pone sus manitas sobre tu cara para reconocer tu figura mientras sus ojitos terminan de madurar y escuchas sus primeras risas, alegres y cristalinas, sabes que tu vida ya es distinta. Conforme pasa el tiempo lo verás crecer, algún día te dirá mamá y, cuando tenga un año más, pronunciará tu nombre con dulzura y cariño.
     Ahora que realizo mis estudios de licenciatura y mi hijo ya está más grande –lo que he conseguido con el apoyo incondicional de mis suegros y de mis cuñadas–, advierto que he salido adelante pese a las adversidades. Al ser mamá ya no actúo como una adolescente ni  disfruto de ratos libres, porque he aprendido cómo asumir mi responsabilidad. Ser una joven madre no es sencillo, sobre todo cuando tu adolescencia terminó de pronto y tuviste que sumar a tus obligaciones en la escuela, las que ahora tienes con tu bebé. Sin embargo, mi fortaleza está en saber que ya no debo pensar solamente en mí, sino también en mi hijo. Sé que vendrán tiempos mejores. Mi experiencia en la vida me ha enseñado que siempre después de la tormenta viene la calma, y todo esfuerzo, más adelante tendrá una recompensa.

Un ángel de amor


Yazmín Rodríguez Lira
No te conozco todavía y tampoco sé cuánto tiempo pase para que llegues a mí. Me da miedo esa gran responsabilidad de educar y guiar el crecimiento de un ser humano, pero deseo vivir esa experiencia. Quiero sentir la magia de tenerte dentro de mi cuerpo y el milagro de dar vida. Sólo el gran arquitecto del universo sabrá en qué momento debes entrar en mi mundo.      
     Mientras tanto, quiero que sepas que estoy luchando diariamente para ofrecerte estabilidad emocional y económica, seguridad y protección. Trataré de darte lo mejor, no importa el momento ni las circunstancias de tu llegada. Serás bienvenida porque te deseo. En las noches intento adivinar cómo será tu sonrisa, la cual iluminará mi vida por siempre y será el motor que me hará brindarte lo mejor de mí. Imagino la felicidad que me transmitirán tus besos y la dicha de un “te amo, mamá”. Quiero que sepas que yo, te amo mucho tiempo antes de que Dios decida que llegues a mí, para ser ese motivo que transforme mi existencia. Quiero tenerte entre mis brazos y estrecharte, escuchar el color de tu voz y entonar una canción de cuna para que duermas.
     Deseo enseñarte todo lo que mis padres me inculcaron y más todavía, las experiencias que me han ido formando a través de los años. Te mostraré cómo es el mundo e iré siempre a tu lado acompañando tus pasos sin interrumpir tu proceso de aprendizaje, porque deberás ser mejor a través de tus errores y tropiezos personales, y sufrir las consecuencias de una mala decisión, para que sepas distinguir lo bueno de lo malo. Sin embargo, en todo momento estaré ahí para levantarte y ofrecerte mis consejos. En mí encontrarás una amiga, una confidente, pero sobre todo, tu guía en la vida.
     Quiero que vivas con valentía pero compasivamente, que aprendas a ser tolerante, respetuosa y honesta, que sepas escuchar, para así formarte tus propias opiniones. Ten con­fianza en ti misma y la certeza de que no existen límites para lograr lo que deseas, si realmente luchas por ello con tu corazón y entregas lo mejor de ti. Nunca te permitas olvidar de dónde vienes, ni a tu familia, porque es el origen de tu esencia. Atesora a tus amigos pero elígelos muy bien. Recuerda que la fe mueve montañas. Te inculcaré mis creencias y sabrás que Dios nunca te deja sola. No podemos verlo pero está en la conciencia de cada uno y nos señala siempre cuando hacemos mal. Te enseñaré a orar y a comunicarte con Él a través de tu corazón.
     Deseo que seas mejor que yo y pondré todo mi esfuerzo para lograrlo. Serás mi continuación y la  realización de mis más sagrados sueños. Tus triunfos serán mis satisfacciones presentidas, pero no voy a exigirte que seas como yo quiero ni pretendo encerrarte en ese molde donde aún hay imperfecciones. Intentaré comprenderte tanto como a tu época, tu medio y tus semejantes, como algún día lo hizo mi padre conmigo. Nunca pierdas tu capacidad de asombro ni tu inocencia y no olvides disfrutar hasta el más breve instante, porque al fin de cuentas de ellos está hilvanada la vida. Aún no te conozco pero desde hoy, TE AMO.

Lo que me heredaron mis padres


Hermes Castañeda Caudana
Mi padre murió en la mitad de una ardua jornada. Se encontraba en la sala conversando con mamá, cuando la vida se le apagó. Tan sólo quedó una húmeda estela salada de sorpresa e impotencia, a medio camino entre sus ojos y las últimas palabras, que ya no alcanzó a pronunciar. Por aquel entonces mi madre preparaba comida que mi padre entregaba puntualmente, en todo momento gustoso y acomedido, como siempre fue, mi querido papá. En ambos tuve un ejemplo de trabajo, que es mi mayor herencia.
     Como producto de mucho esfuerzo, antes de cumplir treinta años mis padres habían construido una casa, pintada toda de azul, desde cuyo balcón se miraba el parque donde yo jugaba cada domingo, y en su interior, se respiraba todos los días el delicioso aroma de los imperiales y las chamberinas, ya listos para disfrutarse, de la panadería de Doña Petra, nuestra vecina.
     Yo, cerca de los treinta había proclamado mi fugaz independencia sin serlo nunca del todo, porque mis padres eran todavía mi soporte ante las dificultades económicas, que desde entonces me acompañan como fiel sombra.
     –La diferencia –me indicó un día papá– es que tu cuerpo no será quien resienta los estragos de tu trabajo, además, ser maestro significa tener un empleo seguro–. Eran mediados de los noventa, cuando después de muchas vicisitudes terminé de estudiar en el Centro Regional de Educación Normal de Iguala.
     Con mi padre concluyó la tradición familiar de heredar el oficio a los hijos varones. A mí me habría tocado ser sastre, o aprender a preparar sangrías para los clientes de la cantina que él atendía cuando vivíamos en Veracruz. No obstante, él y mi madre desearon que tanto mis hermanos como yo termináramos una carrera, y lo consiguieron. En mis padres siempre vi la solidez de una pareja que contra viento y marea tendría alimento en la mesa, para sus hijos, así como todo lo que fuera necesario para nuestros estudios.
     Mientras contó con un trabajo, papá jamás se excusó por enfermedad o contratiempo alguno para no levantarse muy temprano y disponerse a realizar con esmero, lo que fuese preciso con tal de ganar el pan para su familia. Mi madre batallaba junto a él día a día para que mi hermano, mi hermana y yo, tuviéramos aquello de lo que tanto ella como mi padre habían carecido. Sus tres hijos concluimos la carrera de maestro. Mi hermano se casó muy joven y formó su propia familia. Mi hermana, por igual, lo hizo tras concluir sus estudios. Cada uno de nosotros podrá narrar una historia distinta respecto a cómo vivíamos, qué fue lo que tuvimos y lo que nos hizo falta. Junto a papá y mamá yo viví épocas de bonanza y otras de privaciones, y fue en unas y otras, que me enseñaron valores importantes sobre cómo ganarme la vida.
     Como mi madre, aprendí a tener inventiva en mi trabajo y a disfrutarlo. A ella le fascina experimentar con sus propias creaciones culinarias, a veces con fantásticos resultados y otras no tanto; a pesar de ello, Doña Chely siempre se atreve a innovar.
     Igual que Don Hiram, aprendí a respetar aquello a lo que me dedicara y a ser honesto en la práctica de mi oficio. Él jamás tomó un peso que no le correspondiera ni se aprovechó de los demás. Tampoco incumplió bajo pretexto alguno con su trabajo –cualquiera que éste fuese–, pese a no ser retribuido en ocasiones ni con las gracias, por parte de algunas personas a quienes brindó su apoyo, dedicación y vitalidad, a cambio de nada.
     Cerca de los cuarenta yo no tengo una casa como la que mis padres debieron vender ante una severa crisis. Solamente a veces, en medio de mis altibajos económicos, he podido retribuir a mi madre un poco de lo mucho que ella y papá me ofrecieron, con tanta generosidad.
     En mis deseos de prosperar siempre estuvieron ustedes, papá y mamá, porque también me enseñaron a ser agradecido hacia quienes antes me dieron más de lo que necesité. Él no me miró alcanzar las metas que anhelaba para mí. Espero contar con el tiempo suficiente para que los ojos de mi madre sean testigos de días más afortunados y deje de dolerle, que después de tanto luchar mis bolsillos permanezcan vacíos.
     De Don Hiram y Doña Chely heredé la certeza de que con esfuerzo y mucho cariño, cualquier trabajo que realice me brindará satisfacción y plenitud. Gracias mis padres también aprendí, que cuando se sabe por qué se hacen las cosas, las recompensas pueden esperar.

La tarde perfecta

Hermes Castañeda Caudana
En una memorable escena de “Mi vida sin mí” de Pedro Almodóvar, Ann hace un recuento de experiencias desafortunadas de su vida, en medio de una crisis tras ser diagnosticada con cáncer a los veinticuatro años. En aquel momento catártico concluye diciendo: “ya no tengo sueños… ¡y sin sueños no se puede vivir!”. Ante una situación similar, quizá fuésemos como ella, lo suficientemente valientes para escribir una “lista de cosas que hacer antes de morir”. Sin embargo, ante todo precisamos descubrir porqués, como un día lo dijo Nietzsche. Con ellos podemos enfrentar casi cualquier cómo. La brevedad de la vida nos obliga a decidir qué hacemos con la responsabilidad hacia nosotros mismos, de vivir con esperanzas. Sin sueños, en verdad, no es posible vivir. Yo no puedo.
     Tras las tormentas del corazón me visita el desánimo. Como Ann, tengo recuerdos dolorosos de distintas etapas de mi vida, que en ocasiones inundan mis días de tristeza e impotencia. También, reconozco haber tomado varias decisiones que constantemente me cuestiono. No obstante, tal vez simplemente he hecho lo mejor que he podido. ¿Mis sueños? Trato de asirme a ellos cada día y encaminar mis esfuerzos para lograrlos. Además, tengo la certeza de que, como en el “El Alquimista” de Paulo Coelho, el universo conspira para que forjemos nuestra historia personal, tan sólo si nos atrevemos a nadar en el río de la vida.
     Hace algunos días Azael y yo estuvimos en Taxco de Alarcón, Guerrero. Su afán de explorar la ciudad –frente a mi insistencia de visitar nuevamente los sitios acostumbrados–, nos condujo hasta un rincón lleno de belleza, que me inspiró nuevas ideas y me permitió perfilar un sueño ya acariciado con anterioridad.
     Subimos a través de calles empedradas hasta encontrarnos con un lugar llamado “Scaffecito”, en la calle Delicias. – ¿Qué tal si entramos?  –me dijo él. Poco convencido, acepté. Me fue difícil decidirme a probar una nueva experiencia, porque soy un hombre de costumbres. Mis planes consistían solamente en visitar mi librería preferida y el café “Sasha”, otro sitio mágico de esta hermosa ciudad que tanto disfruto. No obstante, estábamos ahí, en el umbral de aquella casa convertida en restaurante, en cuyo interior fuimos amablemente invitados a recorrerla. Escaleras arriba, encontramos un estudio de pintura en desuso, un librero repleto de novelas y varios muebles de colección. Abajo, conocimos el interior de la casa, adonde hay más libros, una chimenea con varias fotografías resguardando el lugar, así como muebles antiguos y piezas de joyería, hermosas y peculiares.
     Música agradable, colorida vegetación, el clima ideal, deliciosos platillos italianos, frescas bebidas, buen café, una excelente conversación y la amabilidad de Marilú y Norma, nuestras anfitrionas, hicieron de aquella la tarde perfecta. El estar ahí y disfrutar de todo aquello, me hizo pensar en la trascendencia de las cosas fortuitas y sencillas que nos ofrece la vida.
     Vivir esta experiencia, además me ayudó a tomar dos decisiones cruciales sobre las que antes no había tenido determinación. La primera, fue colocar por fin mis libros fuera de aquellas cajas en mi “Casa del Cirián”. Esta idea tomó fuerza al mirar aquellos libreros, situados en varias partes de la casa que visitamos, impregnando de un aire bohemio a la vez que intelectual, ese lugar que me gustó tanto.
     La segunda, surgió después de que se nos dijera que aquella casa se ha seccionado para rentar varios departamentos, uno de los cuales nos fue mostrado. –Aquí escribiré –me dije– un libro. Creo en la energía de las decisiones tomadas con arrojo. Por eso no me preocupa que por ahora no pueda permitirme aquel lujo, ni disponga del tiempo necesario para dedicarlo a lo que en estos días, más me apasiona. Sin embargo, nuevamente mi destino cósmico me trajo hasta el  río de la vida y sus posibilidades. Lo importante es nadar en él y no quedarse a su margen.
     Volví a casa, pleno de ilusión. Mis circunstancias económicas siguen siendo las mismas, al igual que mis dilemas existenciales y la congoja por cuestiones laborales que tanto me afecta. No me importa. Hoy tengo abrazado un sueño.