miércoles, 23 de noviembre de 2011

Muerte sin fin

Alejandra Vázquez Morales
Aquí me tienes, esperando tu llegada. Aguardando a ver cuándo decides llevarme.
     Siempre te he imaginado como una sombra oscura que me sigue por donde quiera que voy, esperando un momento de flaqueza de parte mía. Sí, reconozco que tiempo atrás era yo quien te seguía. Yo era quien clamaba tu llegada. En esos momentos de debilidad que tuve, al tomar la navaja y cortar mi piel y al poner esa soga sobre mi cuello quitándome el aliento. Cada día de mi miserable vida deseaba que ese instante llegara. Esperaba que me tomaras con tus frías manos y me condujeras hacia una muerte sin fin. Esa que parece repetirse día tras día para quienes más te quisieron. Ese momento que nadie desea mencionar. La ocasión que nadie quiere que llegue. ¡Ese día era el que yo anhelaba!
     No sé por qué ni cómo pasó. No sé si me quisiste dar otra oportunidad o, simplemente, me escapé de entre tus manos. Pero esa vez en que sentí aquella soga alrededor de mi cuello, cortándome el aliento poco a poco, tuve una sensación muy extraña. En ese momento comencé a ver lo que no quería ver. Entendí que todavía no se me llegaba la hora. ¡Pero ya era demasiado tarde! Me sentía hundida en la más profunda soledad, a pesar de hallarme rodeada de mis seres queridos. Sin embargo, inesperadamente la soga se soltó de mi cuello, como si alguien la hubiese desatado. “Quizá no estoy lista”, pensé en aquel momento. Y era verdad.
     ¡Quién diría que meses después tú te cobrarías más caro de lo que pensé, al llevarte a alguien a quien tanto amaba! Te la llevaste, y me pregunto ¿por qué a ella y no a mí que me quedé llena de dolor y desesperación? ¡Ella que estaba llena de vida!, ¡tan alegre y divertida! Ella no pidió eso, ¡todo fue culpa de ese maldito que le segó la existencia en segundos! Mientras era yo quien te pedía a gritos que me llevaras.
     ¡Respóndeme! ¿Por qué a ella no la salvaste como lo hiciste conmigo?
     Todavía recuerdo que, cuando estaba lejos de casa, ella me llamaba todo el tiempo, únicamente para animarme. Me decía que me quería y que, a pesar de la distancia, yo jamás dejaría de ser su nena consentida. Me repetía que no debía llorar ni mucho menos extrañarla, porque algún día las dos íbamos a estar juntas para volver a hacer enojar a mis papás, diciéndoles “¡quihubo, rucos!” ¡Aún recuerdo la forma en que ella lo decía! Pero jamás se imaginó que estaría más distante de su familia, de lo que ya se encontraba.
     Ella siempre me hacía sentir bien. En cada momento de tristeza, iluminaba mi camino. Como su nombre, era mi “Luz”.
     Al saber la trágica noticia, mi madre desfalleció por el dolor tan grande que le provocó el saber que una de sus hijas había muerto. Cuando vi lo ocurrido me di cuenta que no podía traerle más dolor a mi madre, ocasionarle más problemas, ¡ya no quería irme contigo! 
     Hoy, a pesar de que sigo pensando en ti no me atrevo a invocarte nuevamente. Sé que algún día partiré, pero aún no es tiempo. No quiero hacer sufrir a mi madre, a quien quiero más que a todo, ¡no permitiré que padezca más dolor! Así que simplemente te digo, que no quiero formar parte de una muerte inolvidable para los seres que amo. Una muerte que vuelve a doler, cada vez que se recuerda la partida del ser querido. No quiero formar parte de una “muerte sin fin”.