lunes, 25 de abril de 2011

Mi testamento espiritual


Alejandra Reyes Pillado
Para comenzar, debo precisar que los testamentos son documentos legitimados mediante actos formales, por medio de los cuales algunas personas declaran su última voluntad, repartiendo así sus pertenencias, alguna cuenta bancaria, objetos, joyas, ganado, tierras, casas, autos, entre otros bienes, asignándolos a los familiares más queridos o a quienes se ocuparon de ellos, en su mayoría, se dan a conocer después de morir, a través de un abogado.
     Ahora bien, debo reconocer que no escuché hablar sobre un testamento espiritual hasta leer a Marcela Guijosa, escritora mexicana que en su obra Escribir nuestra vida, guía al lector hacia la elaboración de ensayos personales con diferentes temas, como éste sobre el que decidí escribir.
     A diferencia del testamento ordinario, centrado en lo material, el testamento espiritual es más complejo, porque en él no se hereda dinero ni posesiones, por tanto, su legado no se valora por los quilates obtenidos, no se cuenta por la cantidad de cabezas de ganado recibidas, ni se mide por las hectáreas concedidas, o cualquier otro beneficio material que represente el trabajo de toda una vida de quien se dedicó a la acumulación de bienes, porque procurarse un bienestar económico, con toda seguridad es resultado de invertir tiempo en ello, en ocasiones, incluso de truncar la convivencia familiar, sin embargo, si esta misma persona que deja sus más preciadas posesiones para sus herederos tuviera que hacer a la par un testamento espiritual, ¿qué legaría a su familia?
     Todo mundo debería dejar un testamento de este tipo, en el que en lugar de pertenencias se hereden actos de humanidad, se contabilice qué hizo cada uno para el bienestar espiritual de su familia, de qué manera se inculcaron valores, en qué medida se les transmitió paz a otros, se valoró la naturaleza, no degradándola, cómo se ayudó a los semejantes cuando necesitaron de nosotros, y de qué forma todo ello retribuyó, alimentando nuestro espíritu… Todos estos bienes espirituales les serían heredados a nuestros seres queridos, quienes en lugar de gastarlos, los multiplicarían, y a su vez, los obsequiarían a otros.
     En lo personal, mi legado espiritual estaría destinado a mi familia, me es difícil precisarlo, ya que no estoy habituada a valorar algo intangible, que solamente se siente o se percibe, pero que en un momento dado se llega a ver, como fruto de un árbol, y entonces es cuando comienzo a clarificar cuál sería mi testamento espiritual; éste, diría más o menos así: “…estando en pleno uso de mis facultades, deseo heredar a mis padres y hermanos mi paz interior, que a veces estuvo a punto de esfumarse pero que siempre traté de alimentar; el respeto a mis semejantes, que prevaleció en mi convivencia diaria y que heredé de mis padres, en vida; el respeto a mí misma y a mi cuerpo; la famosa tolerancia, que me costó trabajo practicarla pero que siempre persistió como una flamita encendida en mis interacciones cotidianas; el dar lo mejor de mí a las personas que amo; la tranquilidad de mi consciencia, que se mantuvo sin culpas, porque brindé ayuda a otras personas, de acuerdo con mis posibilidades para hacerlo…" No obstante, debo reconocer que me falta todavía encomendarme con mayor fe a un ser supremo, así como pedir por el bienestar de los demás…

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