domingo, 24 de abril de 2011

Consuelo de la juventud


María Guadalupe Calles Salazar
Mi amiga Chelo es muy joven, sólo tiene setenta y cinco años de edad. Su porte es altivo y elegante, camina derechita, anda por todos lados, a veces acompañada pero también sola. En el cine, en exposiciones y experimentando nuevas pasiones, nuevos gustos. Se quiere comer todos sus minutos de vida aprendiendo cosas nuevas, viendo teatro, leyendo. Se asoma a todos lados para buscar la oportunidad de hacer algo nuevo. Su plena juventud le permite eso y más. Chelo sigue arriesgando, por eso, vive gozando.
     Después de jubilarse le dio por escribir su historia, se inscribió en un taller de autobiografía que imparte otra jovenzuela llamada Rosa Nissán, ahí nos conocimos Chelo y yo: ahí empecé a aprender que la vejez empieza cuando uno le abre la puerta.
     He estado buscando el significado de viejo en el diccionario. Tiene acepciones bellas pero en general cuando un joven dice “viejo”, arruga la nariz para exorcizarse de la falta de lozanía en la piel y la decrepitud. Porque viejo significa deslucido, estropeado por el  uso o que ya pasó su tiempo idóneo, que ya no es útil.
     Pero, ¿qué diferencia hay entre la juventud y la vejez? ¿Hasta qué edad se es joven y a qué edad ya se es viejo? Mi padre, que tiene ochenta y cinco años, dice que cuando sea anciano ya no va a crear sus maravillosas obras artesanales que a él le llenan los días y a los demás nos alegran los ojos. También dice que es un anciano prematuro. Al principio me reí de su idea pero ahora sé que tiene razón. ¿Quién te puede obligar a sentirte viejo? Nadie. 
     Un día, al mirarme al espejo sentí que esa persona que estaba ahí tenía un airecillo a alguien conocido. Porque interiormente yo me siento igual, con unos achaquillos más, pero igual. La juventud es una enamorada tan fiel que permanece siempre presente, nosotros somos los que la hacemos a un lado, asustados de su impetuosidad, de su locura, de su inventiva.
     Así que Chelo es una amalgama de juventud que ha ganado los atributos de la vejez. Se asoma a su pasado sin dolor porque lo ha expiado. Ha agarrado su futuro con las dos manos y montada en él ha regresado hasta su niñez para rescatar un sueño de su infancia. Ahora es actriz. No es fácil ser actriz, como no es fácil ser joven en estos tiempos, y más difícil aún, es ser viejo.
     Porque para llegar a ser un “viejo”, como nos llaman, hemos tenido que poseer el valor de realizar varias hazañas. Hemos sobrevivido a enfermedades, catástrofes, decepciones, muertes de seres queridos y desamores que nos partieron el alma. 
     También debo decir que una de las cosas que me enseñó Chelo es que cuando ya se es un poco menos joven, hay que mirar por dónde se pisa. Hay que tener la paciencia de mirar hacia abajo, de mimarnos un poco más, de cumplir nuestros antojos. Debemos cuidarnos, pero no sentándonos a mirar cómo pasa el desfile de los recuerdos. Porque los recuerdos son vivencias, buenas o malas, pero al fin, momentos de vida intensa. Hay que seguir atesorando esos  recuerdos como soles y lunas que nos acompañen en nuestras vidas hasta el final. Así, cuando después de haber agotado hasta el último momentito de nuestra existencia cerremos los ojos para tomar una siesta eterna, estoy segura, que tendremos mucho qué soñar, habrá valido la pena el intervalo en la eternidad, que nos dieron la oportunidad de experimentar.
     Se puede decir que los viejos somos una especie sobreviviente a ese deporte extremo que se llama vida. Debemos celebrar los que ya estamos “viejitos” el haber llegado hasta aquí. Porque como dice el dicho: Viejo el mar  y todavía hace olas / Viejo el viento y todavía sopla / Viejos los cerros y todavía reverdecen / por eso: ¡¡¡¡¡Qué vivan los viejos que todavía se atreven!!!!!


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