martes, 29 de noviembre de 2011

Mi amigo

Édder Cano
¿Qué se sentirá morir? ¿Duele? ¿Qué tan lento es? Cuando pienso en aquella, la muerte, la imagino viniendo hacia mí, sintiendo cómo el frío cala mis huesos, eriza mi piel… y doy el último soplo de vida.
     Antes me preguntaba, ¿dolerá perder a un ser querido? Por supuesto, esta interrogante es muy estúpida, pero además, también deseaba saber ¿qué tanto dolerá? Tenía mucha curiosidad por saber o por sentir la muerte cerca de mí, pero, creo y sé que la vida ya me dio las respuestas que yo quería.
     Cuando era niño tuve un amigo. Desde que nos conocimos supe que nos llevaríamos muy bien, y así fue. Nuestra amistad fue creciendo poco a poco. Saliendo de la escuela corría a buscarlo. Pasábamos cada minuto juntos, muy alegres los dos; riendo, divirtiéndonos, jugando. ¡¡¡Wao!!! Ahora que lo pienso, ¡fue un bonito regalo aquella amistad! En esos días, creía que toda mi vida sería así. Que seríamos amigos hasta que ambos nos volviéramos viejos. Pero no fue de esa manera...
     Sucedió una noche de enero. Todavía recuerdo cuando desperté en mi cuarto. Era domingo. Tras abrir los ojos, pensé ¡rayos, mañana es lunes! ¡No jodas! Todo era, aparentemente, muy normal. Hasta que me avisaron que él estaba mal ¡No lo podía creer! Fui a verlo, pero ya no era el mismo que yo conocía. En mi entendimiento de niño pequeño, sencillamente, ¡no creía lo que estaba pasando! ¡Mi mejor amigo de la infancia estaba muriendo frente a mí, y no había absolutamente nada que yo pudiera hacer para salvarlo! Como si ese instante hubiera quedado detenido para siempre en mi memoria, hasta hoy recuerdo con claridad todas las lágrimas de dolor e impotencia que derramé, por el dolor y la negación ante lo que sucedía.
     Eran las once de la mañana con doce minutos, de aquel que pensé que sería un domingo más en mi corta vida. Pero mi buen amigo había partido. Cuando sucedió, hubo un silencio ensordecedor. ¡Nadie lo podía creer! Nos enfrentábamos a una fría y desconcertante realidad, que ninguna de las personas que tanto lo quisimos, podía asimilar.
     ¿Saben? Sé que lo volveré a ver. Volveremos a jugar y platicaremos de lo que nos ha pasado. Él será el mismo niño juguetón que siempre fue, y yo seré un viejo satisfecho por terminar su ciclo de vida, para encontrarnos de nuevo.
     Mi querido amigo, ¡nunca te olvidaré! Siempre te recuerdo. Espérame tan sólo un poco, porque yo también –como todos algún día– voy para allá adonde tú estás.
     Ahora sé cómo se siente la muerte. En verdad duele. Y no siempre es lenta. A veces es tan rápida e impredecible que no la ves venir. A los que vivan esta experiencia les doy mis condolencias y mis respetos, por ser valientes y superar este momento.