lunes, 25 de abril de 2011

Mi baile



Patricia López Muciño                                                      
Antes, cuando contaba esta historia me invadía  una mezcla de impotencia y de coraje, se trata de una vivencia propia sucedida en la infancia.
     Fue en la primavera de 1971.  Mi maestra de 6º año era una mujer de unos 30 años, déspota, su  tipo era un tanto vulgar, usaba unos vestidos muy cortos, (era el tiempo de la minifalda), se  llamaba Betty.
     Además de maestra, bailaba en un grupo de danza folclórica, que solía presentarse en Bellas Artes. Por eso, fue la encargada de organizar los bailables para el día de las madres, ¡yo tenía muchas ganas de participar!; y ella era mi maestra, por lo que, yo supuse sería mi oportunidad.
     Nunca había salido en algún bailable (siempre escogían a las hijas de las mamás que estaban en la mesa directiva de la escuela) y mi madre estaba muy ocupada con mis seis hermanitos, como para andar en esas actividades.
     Yo era una alumna de buen aprovechamiento y también la jefa de grupo, por lo que sentía que mi anhelo, ahora sí, se vería cumplido.
     Se llegó el día en que la maestra hizo la selección; cuando entró al salón de clases, ya había ido al otro grupo y venía con varias niñas. Del nuestro iba a escoger a cuatro chicas más; pidió a dos que pasaran al frente, y luego dijo: tú, Paty.
     El corazón me dio un vuelco, y pregunté: ¿yo maestra?; ella respondió: No, Paty Calderón.
     Al ver que sólo faltaba una niña más levanté la mano y casi grité: ¡yo maestra!
     ¡¡No, tú no sirves para eso!! –contestó.
     En la garganta se me hizo un nudo, de enojo y de frustración que mis once años no sabían qué hacer con él.  Sentí que me hice chiquita, y un rato después me fui a llorar al baño. Fue un golpe bajo a mi autoestima, dolió por muchos años, porque realmente llegué a creer lo que la maestra dijo.
     Casi nunca somos conscientes de lo que puede construir o destruir una palabra…
     Mi salón de clases estaba en el 2º piso, exactamente frente al foro de la escuela; cada vez que la maestra se iba a ensayar “Las Alazanas”, me dejaba a cargo del grupo;  y mientras yo iba señalando en el pizarrón las capitales de Europa y mis compañeros las repetían… discretamente abría la puerta, para ver con tristeza el ensayo de mis compañeras.
     Hoy en día, cada vez que me planto en un teatro, o en cualquier escenario, mando al diablo a la maestra, pongo mi corazón en ese baile, y se lo dedico a la niña de 11 años, a quien se lo debía desde 1971.

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