jueves, 28 de abril de 2011

Mi minina chiquita es mi chispa adecuada


Griselda de la Portilla Adán
C
uando miro mi vida hacia atrás, me descubro viviendo en espiral, a veces lineal, muchas otras en triangular, para rematar con mi vida circular que gira y gira, rueda y rueda por el lugar, aquí me tiene sacudiéndome el dolor, desesperada y sin control, deseando hacer un viaje a mis adentros y sobrevivir a los lamentos, así pediría fuerzas para decir cuánto lo siento.
Todo es tan enorme y diminuto, descubro sueños, descubro miradas que enfrían mi piel, veo del mundo lo bello y lo cruel, hay palabras que rompen mi hiel, pero donde existe el dolor, siempre hay una semilla de amor…
Hasta hace poco, no tiene mucho, 4 años, 15 días, para ser exactos, pensaba con quién quedarme, con mi madre o mi padre, ellos estaban a punto de separarse, mi cielo se abría y yo caía, sin tener oportunidad de arañarlo, y así, frenarme a mi paso, ¡ya quería liberarme y disolverme en el vacío!
En ese momento, ocupaba un lugar en la lista de recuerdos a olvidar de mis padres, estoy que no me puedo comprender y no me explico todavía, si me mentí o me mentían, al saber que se separarían, pues lo que más me dolería era pasar los domingos sin una risa y una mirada tierna, la verdad, yo no veía la necesidad de cambiar eso por una lágrima en mi mejilla, diciendo que ya no están, que se han marchado y que ya nunca iban a volver, que me han dejado sola, triste y sin su querer…
Lo cierto era que dentro de nuestra vida caótica se encontraba la solución, pues mi madre se embarazó, –¡eso sí que no me lo esperaba!–, esa realidad que ante mis ojos estaba se convertía en el último de mis pensamientos, ¡lo veía y no lo podía creer!
Había una diferencia de diez años entre mi última hermana y la próxima a venir, la llamamos el “pilón” o la “colita del marrano”, ¿a quién?, a la nueva integrante de la familia, sí, esa niña gordita, china, ojos pequeños, gritona, escandalosa, a veces llorona, siempre tierna y eso sí, simpática y querida por todos, su nombre es Natalia, La Minina.
Les confesaré que cuando nació no me convencía la idea de tener una niña en casa, eran bastantes los problemas que teníamos y encima, tener que escucharla llorar por las madrugadas. Mamá nos desatendía, ¡yo estaba celosa de que le prestara más atención!
Además, por ese entonces, nos vimos envueltos en una crisis económica, papá sólo trabajaba medio tiempo, mi mami, en casa. ¡No hallábamos qué hacer!, así que mamá optó por trabajar, después de todo, eso ya estaba resuelto.
Un problema tras otro los fuimos desenredando, pero quedaba uno: ¿quién cuidaría de Natalia, si todos en casa no estaban? ¡La única era yo! La pequeña casita de puerta negra y sin revocar, fue testigo de cómo llegué a convertirme en “mamá Gris”, ¡claro!, después de cambiarme de pantalón cuando La Minina hacía su gracia, o cuando le daba de comer su sopita y a cambio me regalaba una miradita que reflejaba en sus pupilas un “te quiero” en el silencio.
De plano otras veces me desesperaba con su llanto, no podía ni dejarla sentada en la cama con sus juguetes porque la nena ya quería estar en mis brazos, y aunque a veces no llevaba la tarea, todo por cuidar a mi hermanita linda, la chiquitita era la chispa adecuada de nuestras vidas, y digo nuestras, porque no sólo curó mi mal genio, sino también alegró la existencia de toda mi familia; esa niña que cuando nació pensé que sería una boca más en la mesa, un cuerpo más al qué vestir, o una simple presencia sin nada qué decir.
Lamento haber dicho que no te quería, mi niña, no pensé que mis palabras regresarían a mí con más fuerza y llenas de sentimientos, ¡me has regalado tu vida en pedacitos de amor!
Recuerdo cuando tus primeras palabras estaban “mochas”, tus primeros pasitos los disfrutamos un domingo, tus risas y gestos le daban color a nuestro sentir, por primera vez sentí que te correspondía con una sonrisa que no estaba oculta, como debajo del maquillaje de un payaso.
Creciste, te caíste mil y una vez, te regañamos, tal vez sin pensarlo dos veces,  ¡Natalia deja ahí!–, se escuchaba a lo lejos, al ver que estabas jugando con el agua, mojando tu ropa que recién acababan de cambiar. Tú sólo te defendías diciendo,   mamita toy lavando mi lopa, ya soy una niña glande.
Princesita, siéntate, va a venir tu mamá y se va a enojar–, me dirigía a ti, y ponías tu carita de espantada y rápido me dabas tu mano pequeñita, toda boludita… corríamos a cambiarte y te decía, –Naty, vamos a guardar tu secreto, ¿sale?–. Y me respondías, –sí, manita Gris–, pero entonces lo que hacías era correr a los brazos de mamá o papá y contarle lo que te había sucedido, yo sólo me reía.
Después de todo, nunca imaginé tener una hermanita que llegaría a ser como mi propia hija. Mis oídos se hacen sordos cuando te dicen, –¡ay, qué bonita niña!, ¿a quién se parece?, ¡la última siempre sale mejor!– elogio de mi vecina.
Mientras mi abuelita nos dijo: –hijas, ya las tumbó la burra–, sin embargo, eso no me molesta, lo cierto es que con tantas dificultades que hemos pasado, mi Minina linda, has hecho de nuestras vidas toda una obra de arte y no hacemos otra cosa, nenita linda, que adorarte y brindarte todo nuestro amor…
Esto es un fragmento de mi vida, deteniéndome de un hilo y a veces de cientos. Sigo viviendo en espiral, a veces lineal, muchas otras en triangular, para rematar con mi vida circular.

2 comentarios:

  1. que buen escrito no había tenido el gusto de leerlo detalladamente, muy buen texto

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  2. Es un buen texto de una excelente escritora.
    Griselda, una vez más, ¡felicidades!

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