viernes, 27 de mayo de 2011

Dos nombres, ocho letras


Lehi Axel Jaimes Castañeda
¿Cuál es tu nombre?, es una de las principales preguntas que te hacen cuando conoces a alguien. Tú inmediatamente contestas y lo haces sin equivocarte, ya que las palabras con las que das respuesta están grabadas en tu memoria desde que tienes razón. Tu oído está acostumbrado al sonido que emite tu nombre, por lo tanto, al escucharlo reaccionas haciéndole caso al mismo y te percatas de quién te llama y para qué lo hace.
     ¿Han imaginado cómo sería el mundo si no tuviéramos nombre? Creo que sería un caos total y tal vez, para evitarlo, a cada uno se nos asigna un conjunto de letras que integran nuestro ingenioso nombre.
     Hay nombres cortos, largos, difíciles o fáciles de pronunciar, pero lo más importante es que forman parte de nuestra identidad y es algo que persiste aún después de nuestra muerte. Yo tengo dos nombres, como muchas personas. Lo que me gusta de ellos es que son cortos y que casualmente ambos están conformados por cuatro letras. Además, son poco comunes. Mi primer nombre es único, nunca he conocido a otra persona que se llame así. Mi segundo nombre ya es utilizado recurrentemente y me ha tocado tener compañeros que se llamen igual.
     El nombre que se les asigna a las personas varía de acuerdo con las tradiciones, ya que en muchas familias al primer hijo, si es niña, se le pone el nombre de la mamá o abuela, y si es niño, el del padre o abuelo. A otros se les asigna el nombre que está en el calendario, dependiendo del día de su nacimiento.
     Yo me llamo Lehi Axel. Permítanme explicarles el significado de esas palabras que conforman mi nombre. Por ser varón, se dijo que mi papá decidiría cómo habría de llamarme. Él escogió Lehi, porque lo vio en la Biblia. Lehi fue un profeta de Jerusalén y su nombre, literalmente, significa “quijada”. Lehi no le agradó del todo a mi mamá, así que sugirió que también me llamara Axel, porque desde que ella leyó su primera novela a los quince años, éste fue el nombre que le gustó y se dijo a sí misma que a su primer hijo varón, lo llamaría igual.
     Axel significa “Dios o Padre de la paz”. El significado tiene alguna semejanza conmigo, ya que soy una persona calmada y evito los conflictos: me considero un ser totalmente pacífico.
     No hace mucho busqué información sobre mi segundo nombre, Axel, y me di cuenta que el análisis por numerología tiene algo de verdad, porque se menciona que me expreso por medio de la perseverancia, la concentración, la suficiencia y la clemencia, que amo lo práctico, y eso sí va conmigo. Se menciona que podría destacar en la profesión de maestro y esa carrera es la que estoy estudiando. Me dio muchísimo ánimo saberlo, porque eso quiere decir que elegí correctamente. Sin embargo, también está escrito que destacaría como inventor e ingeniero, profesiones que alguna vez se encontraban en mi lista de opciones para estudiar, pero el destino me llevó a elegir la docencia y estoy muy satisfecho por haberlo hecho. Asimismo me indican que mi número de suerte es el dos, ¡ese número no me gusta! ¿Por qué no fue el uno, seis, nueve, diez o dieciséis? No obstante, probaré mi suerte con el número dos, y espero que la numerología no falle.
     En mi familia todos me nombran Axel; desde el jardín de niños hasta la secundaria, mis maestros, amigos y compañeros también me han llamado así. En el bachillerato, ocurrió incluso algo sorprendente: ¡en un mismo grupo había tres personas con este nombre!; Axel Tomás, Hugo Axel y yo –Lehi Axel–. Entonces, tal vez para evitar mayores confusiones, me empezaron a llamar por mi primer nombre: Lehi; debo decir que me gusta más éste, ya que en los grupos en que he estado, nadie ha tenido el mismo nombre.
     El hecho de que me guste más un nombre no impide que las demás personas me llamen con el nombre que menos me gusta, al contrario, los dos son agradables y yo haré caso cuando cualquiera exclame: ¡Lehi!, o, ¡Axel!
     Finalmente, reconozco que parte de mi identidad la conforman Lehi Axel, que son mis dos nombres: ocho letras con las que he estado en contacto la mayor parte de mi vida.

domingo, 22 de mayo de 2011

¿Y la tarea?


Berenice Méndez Medina
– ¿Sólo son dos semanas? Ni modo, tengo que hacer que rindan, pero, ¡hay tarea hasta para regalar! ¿Qué voy hacer? Pues en la primera semana aprovecharé hasta el miércoles para hacer tarea y después a lo tradicional, ya la próxima semana termino lo que falta. ¡Qué malo es planear!
     Se llegó el lunes, entre los quehaceres de la casa y el altor de ropa que no había lavado se acabó el día y no hice tarea. El martes por la mañana, quehacer y almuerzo, jugar con mi perrito Benito, ayudar con la comida, jugar con Benito, ver televisión, chatear, jugar con Benito y se terminó el día. El miércoles hice tarea pero no tanta como esperaba, me la pasé más tiempo jugando y comiendo mangos.
     Ya llegó el jueves, ¡por fin! Todos arriba de la camioneta y yo casi llorando por Benito, que se quedaba triste y encerrado. Llegamos a Tlaxmalac, felices porque mi hermana y yo íbamos a  ver cosas buenas o más o menos buenas. Nos dirigimos a la iglesia y el sermón duró horas, ¡ya no sentía los pies! Los tacones me estorbaban y, ¡cómo no!, si estábamos parados. Terminó todo y ahora sí íbamos a divertirnos con los chicos que nos vigilaban desde lejos. Después de un rato sentadas, riéndonos, llegó la hora de regresar a casa.
     Viernes santo, muy temprano nos arreglamos, nos dirigimos nuevamente a Tlaxmalac y sucedió lo mismo del día anterior: los chavos no se acercan porque le tienen miedo a mi papá. ¡Y cómo no!, si son bien obvios.
     Sábado, ¡por fin! El día más esperado. Todo el tiempo jugué con Benito, ni me acordaba de la escuela. Se llegó la noche; felices, nuevamente partimos hacia Tlaxmalac, pero esta vez fuimos a la casa de mis tíos. Plática, plática y más plática, estaba desesperada, ¡quería que se llegara la hora del baile! Cuando por fin llegamos al centro nos estaba esperando la misa más larga, para colmo, como llegamos tarde, tuvimos que aguantar dos horas parados.
     Cuando terminó la misa, comenzaron a llover bombas defectuosas. ¡Qué susto me llevé al ver que las bombas parecían reventar en mi cara! Pero qué risa me dio ver el rostro pálido de susto de Ely, cuando vio que el techito de chapulistle se estaba incendiando. Con todo el sentido del humor, mi papá nos jaló, nos subimos a un pretil y dijo –vamos a divertirnos desde aquí–. La gente corría y no paraban de tronar bombas; llegó el comisario, los soldados se caían, otros corrieron  a sofocar el incendio con agua bendita, ¡y a Ely no le regresaba el color de la cara!
     Era la una de la mañana y apenas comenzaba el baile, mi mamá no quería dejarnos solas, deseaba quedarse con nosotras. Con todo el dolor de mi corazón le dije ¡NO! y tuvo que dejarnos.
     Los chavos, de lejos, nos observaban; esperaban que entráramos al baile, hasta que por fin nos animamos. Ellos se dirigieron a la entrada y preguntaron el costo. Sintieron caro o no les alcanzó el dinero (¡para eso me gustaban!), el caso es que perdieron la oportunidad de su vida.
     Adentro nos encontramos a un tío y nos sentamos con él. Después llegó su cuñado y parejas no faltaron. Se dieron las 5:00 de la mañana, mi papá nos estaba esperando afuera y nos fuimos.
     ¡Qué malos son los papás! Son las 8:30 de la mañana y ya nos están hablando, ¡ahora sí parecía zombi! Otra vez nos arreglamos y nos fuimos nuevamente a Tlaxmalac a ver cómo se quemaba Judas. Muy bonito todo (menos Judas); bombas, truenos, buscapiés y traumadas por el incendio de la noche anterior, mi hermana y yo decidimos alejarnos y protegernos adentro de la iglesia.
     Como es tradición, nos fuimos a la casa de mis tíos a quemar otro Judas que mis primos hacen para que todos los vecinitos vayan a jugar. En la noche nos despedimos de las tías que se regresarían a México. Esto me hacía recordar mis obligaciones. ¡Se había terminado todo! Ahora sí tenía que hacer la tarea.