jueves, 28 de abril de 2011

Carta a mi padre


Elena Valladares Soto
Iguala de la Independencia, Guerrero, a 10 de mayo de 2010.
Papá:
Hola, ¿cómo está? Hace tanto que no sé de usted, y para ser honesta, ignoro cómo empezar a decirle lo que siento. Creo que es mejor dejar que mi corazón hable…   
     Hace rato llegué del panteón, le llevé flores a mamá, hace seis años que ella dejó de existir. Como bien sabe, la diabetes complicó su vida, no soportó que le amputaran la pierna derecha. Yo dejé de estudiar, solamente terminé la prepa, y por ser la hija más pequeña tuve que ayudarla a soportar la enfermedad. Mis hermanos casados tenían sus propios problemas como para hacerse cargo de mamá, si bien es cierto los que están en Estados Unidos me mandaban dinero, pero ella lo necesitaba a usted. Por las tardes después de comer, me platicaba todo lo que había vivido a su lado, sus sueños, y se lamentó mucho el haberse convertido en una vieja enferma y que la hubiera cambiado por alguien más joven, y aunque se enojaba cada vez que lo recordaba, yo sabía que lo seguía queriendo, aún así, no fue al funeral…
     ¿Cómo pudo olvidarla?, no me lo explico y ya no tiene sentido preguntárselo, ella ya no vive, y aunque siempre tuvo fe en que lo volvería a ver, no fue así. Le llamé para decirle que quería despedirse de usted, pero nunca llegó, no sé si fue lo mejor, sin embargo, hasta el último momento de su vida pensó en usted.
     Después de su muerte quise retomar mis estudios, anhelaba ser profesora, enseñar a los demás lo poco que sé, para ello, me apoyaría en mis sueños aderezados con fe, trabajo y dedicación, no contaba con que yo también ya estaba enferma, mamá me heredó su diabetes...
     Al poco tiempo sentía como si a mis ojos los traspasaran mil agujas, el dolor era insoportable, empecé a perder la vista, hasta que una mañana de julio del 2007, después de que tres meses antes me operaron de leucoma, ellos dijeron “hasta aquí nomás”, y dejé de ver. Mi mirada se perdió en el bosque de mis sueños; de haberlo sabido habría disfrutado más de los colores, del rostro de las personas, habría prestado más atención a esas pequeñas cosas, habría ido al cine, nunca he ido, jamás visité lugares bonitos, no había dinero para eso, lo poco que teníamos era para pagar las medicinas de mamá. Todavía recuerdo con dolor cuando Alfredo, mi hermano más grande, dijo: “si ya le amputaron una pierna a mamá ya no le queda mucho tiempo, no tiene caso seguir gastando en ella”. Fue egoísta igual que usted.
     He aprendido a vivir en la  oscuridad, ha sido difícil, no tengo por qué negarlo, extraño los colores, los amaneceres y los atardeceres, los ojos me siguen doliendo, el medicamento es caro y no tengo manera de pagarlo si no fuera por mi hermana Alicia que se ha encargado de mí. Mis sueños se evaporaron como agua de mar.
     Hace un año mi enfermedad también cansó a mis riñones, ya no me funcionan, los médicos me dan poco tiempo de vida. Necesito un trasplante, nadie de mis hermanos es compatible y siendo honesta creo que ninguno de ellos me daría uno, si con mi madre fueron egoístas a mí qué me puede esperar, tal vez sea parte de la naturaleza de los seres humanos.
     Ignoro si algún día consiga un riñón, sé que es difícil, muchas veces le he preguntado a mi Dios el porqué, ¿por qué a mí? Si fui una buena hija, si estuve con mamá hasta que dejó de respirar, he llorado innumerables noches hasta que las lágrimas se cansan y se niegan a salir, nunca he sabido de un beso de amor, no tuve tiempo para ello, nunca supe lo que era enamorarse. A mis 26 años me he perdido de tantas cosas…
     Y ya no quiero seguir perdiéndome más, la enfermedad lentamente está apagando mi vida, yo me aferro a ella pero mi cansado cuerpo no responde, mi cabello se cae como las hojas de los árboles en el otoño, mi voz se torna silenciosa, mi andar cada vez es más pesado, no tengo amigos, todos se fueron como éxodo de golondrinas sin retorno. Sí, es verdad, me siento sola, sé y comprendo que soy una carga para mi hermana y mis sobrinas, muchas veces hablan como si yo no estuviera, me dejan en un rincón del sillón y ahí, en medio de mi oscuridad, siento cómo las horas pasan lentamente, mudas, silenciosas, alejadas…
     Hace tanto que no lo tengo cerca, que en noches como ésta me aferro a mis recuerdos y mi mente me hace regresar a esos instantes en que usted estaba a mi lado, en que me cargaba en sus brazos fuertes y me daba un beso diciéndome que era la niña de sus ojos, se fue de mi vida hace 18 años en una noche de diciembre y nunca ha querido regresar, yo no lo corrí, usted tomó la decisión y me dejó un hueco que pese a los años no he podido llenar. Me hace falta papá…
     Todas las noches platico con mi Dios y le pido que usted no se olvide de que existo, ruego que suene el teléfono y sea su voz la que pregunte por mí, pero esa llamada nunca llega. ¿Qué le he hecho yo?, si solamente lo sigo queriendo, si me hace falta como las alas a la mariposa.
     Ignoro qué tanto tiempo pueda oír el canto de los gallos, de los grillos, sentir la tibieza del sol, percibir el aroma de la tierra mojada y tomar las manos de gente que Dios ha puesto en mi camino, y que sin pedirme nada a cambio, ha estado conmigo.
     Hasta hace poco logré que me dializaran, al principio fue difícil y doloroso, hoy ya me hice a la idea de estar encerrada en la soledad de mi cuarto, todos los días cada seis horas mi cuerpo sufre el proceso de la diálisis, no puedo salir de casa ante el temor de alguna infección y tan sólo me conformo con escuchar la radio… pero al menos tengo oportunidad de vivir el tiempo que me sea concedido, con la esperanza de escuchar nuevamente su voz, diciéndome que soy su niña consentida…
     Por favor, llame pronto… que yo, ya no sé dónde encontrarlo…
Desde esta oscura soledad, su hija Elena.

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