jueves, 28 de abril de 2011

El encuentro con mi príncipe


Reyna Geovanna Díaz Peralta
Todo comenzó una tarde, que parecía ser normal. Me encontraba en el lugar que más me gusta de mi casa: mi cuarto. Tal vez se preguntarán, ¿por qué es el lugar que más me gusta?, pues les diré, ese es mi espacio, es muy especial para mí, en él he hecho y deshecho, ha sido cómplice de mis travesuras planeadas, de mis momentos alegres, tristes, y hasta de miedo, en él he desquitado la rabia cuando siento que ésta me consume, él me ha escuchado planear mi vida, me ha visto fea y bonita, y sólo en ese sitio he tenido el valor de soñar con los ojos abiertos. Quizá les parezca patético, porque, ¿cómo un lugar de cuatro paredes puede causar tantas sensaciones en alguien? O quizá cuestionen, ¿cómo me atrevo a hablar de ese lugar como si fuera una persona? Tal vez para ustedes sea insignificante, sin embargo, para mí es un amigo, al cual, puedo confiarle mis secretos y tener la certeza de que no dirá nada. Pero bueno, mi objetivo es contarles qué fue lo que me sucedió en ese lugar. Como ya les había dicho, era de tarde, me estaba arreglando para ir a comer a casa de mi abuelita, ya casi estaba lista, sólo me faltaba ponerme las botas. Algo que era muy característico en mí, es que no acostumbraba sacudir mis zapatos cuando me los  ponía, siempre llegaba y metía el pie, pero ese día, les juro que me acordé de mi madre que siempre me dice: –Sacude tus zapatos, un día vas a encontrarte a tu padre coludo, y ahí vas a estar de rajada–. Pero nunca le hago caso y termino haciendo lo que mejor me plazca, ese día no fue la excepción. No obstante, después de lo que me pasó, ¡en verdad debería haber sacudido mi bota!
     Mi madre me gritó desde su cuarto: – ¿Ya estás lista? ¡Apúrale! –Sin contestarle, me apresuré a ponerme la bota derecha, todo marchaba bien hasta ese momento, pero, cuando me puse la izquierda… ¡Sentí algo mojado y aguadito en la punta de mis dedos! Me imaginé que era una calceta de días que había dejado, trataba de ignorar eso que sentía, pero me incomodaba mucho, así que decidí sentarme sobre mi cama y quitarme la bota. Cuando la sacudí a la altura de mis ojos, ¿qué creen que pasó? ¡Cayó sobre mis piernas un sapo horrible! Me levanté de un salto y corriendo con una sola bota puesta salí a la calle gritando: – ¡Un sapo, un sapo, un sapo, un sapoooo!
     Mi mamá, se asusto al verme salir tan deprisa, al tiempo que me preguntaba con una expresión de angustia en el rostro: – ¿Qué tienes?, ¿qué tienes?, ¿qué te pasa? – ¡U-u-un sapo, un sapoooo! –Exclamé atropelladamente.  – ¿Qué? No te entiendo –me decía, a lo que respondí: – ¡Un sapo estaba en mi bota y yo me la puse con él adentro! –Entonces, a ella se le borró el semblante de intranquilidad en el rostro, para cambiar a uno de burla: – ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¿Ya ves? Siempre te digo, sacude los zapatos, pero el día que me hagas caso va a temblar, y como no quiero que tiemble, ¡mejor no me hagas caso! –Sin más, me dio la espalda y me dejó parada a media calle, todavía gritándome: – ¡Apúrate que ya nos vamos!, ¡y salúdame a tu príncipe! –Entonces, volví a mi cuarto, con mucho miedo agarré mi bota pero el sapo ya no estaba, me la puse y salí nuevamente como si nada hubiera pasado, claro, con una lección bien dada y aprendida. Desde esa vez no hay un solo día que no sacuda mis zapatos antes de ponérmelos, no quiero hallar de nuevo un sapo dentro de ellos. ¡Qué horror!

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