jueves, 28 de abril de 2011

La puerta entreabierta


Graciela Henríquez
Después de la pérdida de mi segundo hijo, un embarazo de seis meses que no pudo llegar a término, mi ginecólogo me dijo: –Señora, no sé por qué pierde sus embarazos, es usted una mujer sana, lo único que puedo recomendarle es que vaya a ver un psicoanalista–. Y eso fue exactamente lo que hice. Cuando llegué con el doctor X le dije: –Doctor, soy alguien cuyo mayor anhelo es tener un hijo, pero por alguna razón no puedo lograrlo, los pierdo, ya he perdido dos bebés –prematuros–, el último, se llamó Martín, de seis meses. No sé por qué me pasa esto–. A partir de ese momento, empezó la experiencia del cambio. Fueron cinco años en que revisé mi vida: un largo, doloroso y a la vez gozoso proceso. Durante los tres primeros años, el doctor X condujo el análisis por la vía de mi desarrollo artístico. A partir del trayecto analítico, empecé a ser creativa, a concebir obras que tenían que ver con mis experiencias de vida. Después, no podría decir ahora cuándo ni cómo sucedió, pero sé que en una sesión tropecé con una señal o huella que tenía el germen de algo referente a mi conducta. Quién sabe. Qué sé yo. Hasta que di con una escena que se ha mantenido clara y viva en mi recuerdo:
     “Mi madrina me invita a pasar una temporada con ella, en una hacienda propiedad de su familia. La víspera del viaje mamá mete en la maleta, a última hora, mis muñecos que me han regalado en mi cumpleaños reciente, cuando cumplí seis años. Ya en la hacienda, me dan una habitación espaciosa. Mi recuerdo es que los muñecos se quedaron en la maleta que tuvo que permanecer en el suelo porque no tenía donde colocarla, sólo así puedo explicarme lo que pasó. Entro en la habitación y veo: piernas, torsos, brazos, cabezas regados por todas partes en el suelo; algún cerdo destroza lo que todavía queda del cuerpo de uno de los muñecos, porque ya los animales se han marchado, inclusive cuando apenas llegaba, alcancé a verlos salir en fila de mi cuarto y me pareció raro; al que todavía anda por ahí lo saco a patadas. Había yo dejado la puerta entreabierta. La cierro. Quedo paralizada ante el espectáculo. Y poco a poco, recojo las partes desprendidas y mordidas. Intento rehacer a mis bebés; algo que se ve como irremediable. ¡Las bestias no han dejado ninguno completo! Y ahí en la recámara están esparcidos en el suelo. Me acuesto en la cama con lo que queda de ellos y lloro y lloro”.
     Nunca más volví a tener muñecos. Algo había terminado para siempre: hasta ahí había llegado. La escena de los muñecos destrozados y esparcidos por el suelo se mantendrá aún en mí por mucho tiempo y de alguna manera marca un sino trágico en mi vida. ¿Por qué me tenía que pasar esto? Guardo aún la sensación de haber dicho a mamá cuando la veo meter los muñecos en la valija tan apretujados: –No, así  no–.
     Después de aquella sesión, todavía seguí en análisis un par de años, e igualmente continué con el trabajo artístico, el mismo que contribuyó a afianzar mi personalidad al poder decir: "ahora soy capaz de concebir bellos objetos". Y estando en plena actividad artística, me embaracé –pero todavía con miedo de perder al bebé–; esta vez sí que tomé todas las precauciones del  caso; y finalmente di a luz mi primer hijo, al año siguiente vino al mundo una hija. En ese momento yo pude decir: –Doctor X, yo vine con usted porque no podía lograr mi mayor anhelo que era un hijo, ahora tengo dos, bueno, aparte de muchas otras cosas–. Así terminó mi experiencia psicoanalítica, aunque no la amistad con quien tanto me había ayudado.

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