miércoles, 27 de abril de 2011

Autobiografía


María Guadalupe Calles Salazar
Cuando llegué a la clase de autobiografía impartida por la escritora Rosa Nissán, lo único que me impulsaba era salir de mi profundo duelo por un lado, y organizar el montón de anotaciones, reflexiones y recuerdos con que estaba tratando de no perder a Brenda completamente, escribiendo su historia.
     La experiencia ha sido muy fuerte pero positiva. Me encontraba flotando sobre la realidad, es decir, todavía no aceptaba mi vida como era, lloraba casi todo el día y me hice adicta a los juegos en computadora y del celular para escaparme mucho rato de mí misma.
     Cuando Rosita nos dejó escribir sobre un amor que no hubiera sido lo que esperábamos, me di cuenta de lo que podría pasar al soltar mis manos y dejarlas actuar con libertad.  Pensé que escribiría sobre mi matrimonio y posterior divorcio, pero para mi interior era prioritario hablar de una relación posterior que fue bella, pasional, profunda y también tuvo su dosis de dolor y desengaño.
     Saqué los discos que tenían las canciones que me lo recordaban: “Mañana de septiembre” de Neil Diamond  y música de los Doors. Me fui de aquí, regresé a la UNAM a mis treinta y tantos años y disfruté muchísimo lo que mis manos estaban armando en la computadora.
     Éstas tenían tanta prisa que la ortografía se la saltaban, yo no sabía armar párrafos y la sintaxis a veces era decepcionante. Pero cuando arreglé el texto, lo  releí  y se los di a leer a mis amigas cercanas, resultó ser una historia bastante divertida.
     Supe que esa relación me dejó un sabor muy bello y me di cuenta de que no sólo he vivido tragedias sino momentos de gran plenitud y que estas sensaciones están muy adentro de mí. Sólo la magia de la escritura las pudo sacar a flote.
     Así la autobiografía me ha extirpado otros momentos que me han dejado, después de plasmarlos en el papel, tirada por un día llorando, pero son pasos que me han ayudado a sanar mi interior. 
     Por ejemplo, escribir “La Princesa Citlalli” me llevó al hospital tres veces, una precisamente el día que se dio la alarma sobre la Ah1. Fue una jornada caótica. Estaba mal, creí que moriría, pero de esa experiencia también salió un texto, lo cual me enseñó que mis ojos ya están entrenados para grabar historias aun dentro de momentos drásticos.
     Volviendo a “La Princesa Citlalli”, lo que más me ayudó para escribir esta historia fue el reencuentro con uno de mis amigos más queridos, desde que éramos adolescentes. Él me pidió que hiciera un texto que hablara sobre nuestros recuerdos.
     Mi ambiente entonces se llenó de música de los Beatles. Fue delicioso escribirlo. Ahora yo andaba de calcetas y uniforme de jumper, caminando con  mi amigo rumbo a mi casa. Alterné la escritura de “La Princesa” con “Till there was you” y avancé bastante, lo que no había podido hacer antes por el pesar.
     Sé que lo que pasa es que mis manos escriben, lo que mi cerebro les ordena de lo que mi corazón le confió. Y también sé que escribo primero para mí. Porque las historias que me cuento me entretienen, me hacen reflexionar y me transparentan ante la gente que lee lo que digo con palabras de tinta.
     Soy la primera que me asombro ante lo que escribo algunas veces. Pero ya me acostumbré a desnudarme primero ante mí misma y después ante los demás. También escribo para divertirme, para conocerme mejor y para que mis amigas y amigos sepan la que realmente era yo cuando convivía con ellos.
     Generalmente me venzo ante la tristeza, pero a la vez me río mucho, sobre todo de mí. Me duele saber lo que me he ocultado a lo largo de mi vida, pero voy a seguir escribiendo porque me disfruto mucho.
     La autobiografía me ha ayudado a ser yo misma. No soy perfecta, para nada, pero después de leerme esas historias tan locas que escribo, me he caído mucho mejor que antes y eso me hace sentir mucha mejoría en mi interior, afortunadamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario