lunes, 25 de abril de 2011

Mi vestido favorito


Consuelo Ruiz Castañeda
Ese vestido gris oscuro, sin adornos, parecía que lo habían hecho a mi medida, me sentía tan cómoda con él, lo usaba siempre que podía, lo mantenía al alcance de mi mano, prefería usarlo en la intimidad, al principio, pero me fui acostumbrando tanto a él que me lo ponía en cualquier momento.
     Durante una parte del día, cuando era ama de casa, esposa, madre, cocinera, y esas cosas, me colocaba encima un mandil con bolsas; esas eran imprescindibles, en ellas iba guardando lo que durante el día me acontecía y que sacaba cuando me ponía el vestido gris, el mandil lo echaba a un lado y de ellas empezaba a sacar esa actitud prepotente con que el compañero exigió la salsa que no hice para la comida, la humillación que me dolió tanto cuando se refirió a mi incapacidad para dirigir y educar a los hijos, o cuando reprochaba la incomprensión para entender lo importante que era en su trabajo y el esfuerzo que hacía para sostener a la familia.
     El vestido me daba la libertad de sentirme tan buena y tan noble, que me hacía feliz el recordar que había soportado todo en silencio.
     No tenía lavadora, afortunadamente, y eso me daba la oportunidad de al mismo tiempo que tallaba la ropa, tallar y retallar todo aquello que me había causado un sufrimiento.
     Era tan feliz siendo infeliz, que ese gozo me hacía imaginar un diálogo inteligente en el que me defendía con ardor de todo lo que consideraba injusto, exponía mis razones con tal vehemencia y convicción, que siempre salía victoriosa.  Durante mi encarnizada defensa, el llanto acudía copioso y era entonces cuando mi dicha era mayor. En esos momentos deseaba que todos me vieran, que entendieran que mi sufrimiento era inaudito y que me hicieran justicia, dándome entre todos esa tranquilidad que añoraba.
     ¡Cómo adoraba ese vestido!, mi vestido de mártir.  La primera vez que me lo puse, fue cuando descubrí que el marido me engañaba, ¡a mí!, que era tan buena y sacrificada, ¿por qué me hizo semejante agravio? No me atreví a quejarme porque siempre había sabido que ese era el destino de toda la humanidad, a eso vinimos a este valle de lágrimas, pero con ese vestido me sentía tan bien, que me costaba trabajo quitármelo, buscaba cualquier momento para usarlo. Con ese vestido podía llorar amargamente, lamentándome de lo que sufría, y después sentir un poco de tranquilidad.
     Un día, la persona a quien le interesaba que me viera así vestida, se fue, sólo quedaron unas pequeñas ante las que podía lucir mi adorado vestido de mártir, pero comprendí que no entenderían el  motivo del atuendo, así que le fui poniendo adornos; un holán, un listón rojo, una carita sonriente, un día quise complementarlo con un rebozo blanco y al extenderlo se hizo camino, que al seguirlo me llevó a un mundo tan luminoso que me permitió ver que ese vestido gris ya estaba tan pasado de moda, que se veía mal, además estaba tan gastado, que al quitármelo se volvió puros pedazos que tuve que tirar a la basura.

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