sábado, 7 de mayo de 2011

La tarde perfecta

Hermes Castañeda Caudana
En una memorable escena de “Mi vida sin mí” de Pedro Almodóvar, Ann hace un recuento de experiencias desafortunadas de su vida, en medio de una crisis tras ser diagnosticada con cáncer a los veinticuatro años. En aquel momento catártico concluye diciendo: “ya no tengo sueños… ¡y sin sueños no se puede vivir!”. Ante una situación similar, quizá fuésemos como ella, lo suficientemente valientes para escribir una “lista de cosas que hacer antes de morir”. Sin embargo, ante todo precisamos descubrir porqués, como un día lo dijo Nietzsche. Con ellos podemos enfrentar casi cualquier cómo. La brevedad de la vida nos obliga a decidir qué hacemos con la responsabilidad hacia nosotros mismos, de vivir con esperanzas. Sin sueños, en verdad, no es posible vivir. Yo no puedo.
     Tras las tormentas del corazón me visita el desánimo. Como Ann, tengo recuerdos dolorosos de distintas etapas de mi vida, que en ocasiones inundan mis días de tristeza e impotencia. También, reconozco haber tomado varias decisiones que constantemente me cuestiono. No obstante, tal vez simplemente he hecho lo mejor que he podido. ¿Mis sueños? Trato de asirme a ellos cada día y encaminar mis esfuerzos para lograrlos. Además, tengo la certeza de que, como en el “El Alquimista” de Paulo Coelho, el universo conspira para que forjemos nuestra historia personal, tan sólo si nos atrevemos a nadar en el río de la vida.
     Hace algunos días Azael y yo estuvimos en Taxco de Alarcón, Guerrero. Su afán de explorar la ciudad –frente a mi insistencia de visitar nuevamente los sitios acostumbrados–, nos condujo hasta un rincón lleno de belleza, que me inspiró nuevas ideas y me permitió perfilar un sueño ya acariciado con anterioridad.
     Subimos a través de calles empedradas hasta encontrarnos con un lugar llamado “Scaffecito”, en la calle Delicias. – ¿Qué tal si entramos?  –me dijo él. Poco convencido, acepté. Me fue difícil decidirme a probar una nueva experiencia, porque soy un hombre de costumbres. Mis planes consistían solamente en visitar mi librería preferida y el café “Sasha”, otro sitio mágico de esta hermosa ciudad que tanto disfruto. No obstante, estábamos ahí, en el umbral de aquella casa convertida en restaurante, en cuyo interior fuimos amablemente invitados a recorrerla. Escaleras arriba, encontramos un estudio de pintura en desuso, un librero repleto de novelas y varios muebles de colección. Abajo, conocimos el interior de la casa, adonde hay más libros, una chimenea con varias fotografías resguardando el lugar, así como muebles antiguos y piezas de joyería, hermosas y peculiares.
     Música agradable, colorida vegetación, el clima ideal, deliciosos platillos italianos, frescas bebidas, buen café, una excelente conversación y la amabilidad de Marilú y Norma, nuestras anfitrionas, hicieron de aquella la tarde perfecta. El estar ahí y disfrutar de todo aquello, me hizo pensar en la trascendencia de las cosas fortuitas y sencillas que nos ofrece la vida.
     Vivir esta experiencia, además me ayudó a tomar dos decisiones cruciales sobre las que antes no había tenido determinación. La primera, fue colocar por fin mis libros fuera de aquellas cajas en mi “Casa del Cirián”. Esta idea tomó fuerza al mirar aquellos libreros, situados en varias partes de la casa que visitamos, impregnando de un aire bohemio a la vez que intelectual, ese lugar que me gustó tanto.
     La segunda, surgió después de que se nos dijera que aquella casa se ha seccionado para rentar varios departamentos, uno de los cuales nos fue mostrado. –Aquí escribiré –me dije– un libro. Creo en la energía de las decisiones tomadas con arrojo. Por eso no me preocupa que por ahora no pueda permitirme aquel lujo, ni disponga del tiempo necesario para dedicarlo a lo que en estos días, más me apasiona. Sin embargo, nuevamente mi destino cósmico me trajo hasta el  río de la vida y sus posibilidades. Lo importante es nadar en él y no quedarse a su margen.
     Volví a casa, pleno de ilusión. Mis circunstancias económicas siguen siendo las mismas, al igual que mis dilemas existenciales y la congoja por cuestiones laborales que tanto me afecta. No me importa. Hoy tengo abrazado un sueño.

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