sábado, 7 de mayo de 2011

Lo que me heredaron mis padres


Hermes Castañeda Caudana
Mi padre murió en la mitad de una ardua jornada. Se encontraba en la sala conversando con mamá, cuando la vida se le apagó. Tan sólo quedó una húmeda estela salada de sorpresa e impotencia, a medio camino entre sus ojos y las últimas palabras, que ya no alcanzó a pronunciar. Por aquel entonces mi madre preparaba comida que mi padre entregaba puntualmente, en todo momento gustoso y acomedido, como siempre fue, mi querido papá. En ambos tuve un ejemplo de trabajo, que es mi mayor herencia.
     Como producto de mucho esfuerzo, antes de cumplir treinta años mis padres habían construido una casa, pintada toda de azul, desde cuyo balcón se miraba el parque donde yo jugaba cada domingo, y en su interior, se respiraba todos los días el delicioso aroma de los imperiales y las chamberinas, ya listos para disfrutarse, de la panadería de Doña Petra, nuestra vecina.
     Yo, cerca de los treinta había proclamado mi fugaz independencia sin serlo nunca del todo, porque mis padres eran todavía mi soporte ante las dificultades económicas, que desde entonces me acompañan como fiel sombra.
     –La diferencia –me indicó un día papá– es que tu cuerpo no será quien resienta los estragos de tu trabajo, además, ser maestro significa tener un empleo seguro–. Eran mediados de los noventa, cuando después de muchas vicisitudes terminé de estudiar en el Centro Regional de Educación Normal de Iguala.
     Con mi padre concluyó la tradición familiar de heredar el oficio a los hijos varones. A mí me habría tocado ser sastre, o aprender a preparar sangrías para los clientes de la cantina que él atendía cuando vivíamos en Veracruz. No obstante, él y mi madre desearon que tanto mis hermanos como yo termináramos una carrera, y lo consiguieron. En mis padres siempre vi la solidez de una pareja que contra viento y marea tendría alimento en la mesa, para sus hijos, así como todo lo que fuera necesario para nuestros estudios.
     Mientras contó con un trabajo, papá jamás se excusó por enfermedad o contratiempo alguno para no levantarse muy temprano y disponerse a realizar con esmero, lo que fuese preciso con tal de ganar el pan para su familia. Mi madre batallaba junto a él día a día para que mi hermano, mi hermana y yo, tuviéramos aquello de lo que tanto ella como mi padre habían carecido. Sus tres hijos concluimos la carrera de maestro. Mi hermano se casó muy joven y formó su propia familia. Mi hermana, por igual, lo hizo tras concluir sus estudios. Cada uno de nosotros podrá narrar una historia distinta respecto a cómo vivíamos, qué fue lo que tuvimos y lo que nos hizo falta. Junto a papá y mamá yo viví épocas de bonanza y otras de privaciones, y fue en unas y otras, que me enseñaron valores importantes sobre cómo ganarme la vida.
     Como mi madre, aprendí a tener inventiva en mi trabajo y a disfrutarlo. A ella le fascina experimentar con sus propias creaciones culinarias, a veces con fantásticos resultados y otras no tanto; a pesar de ello, Doña Chely siempre se atreve a innovar.
     Igual que Don Hiram, aprendí a respetar aquello a lo que me dedicara y a ser honesto en la práctica de mi oficio. Él jamás tomó un peso que no le correspondiera ni se aprovechó de los demás. Tampoco incumplió bajo pretexto alguno con su trabajo –cualquiera que éste fuese–, pese a no ser retribuido en ocasiones ni con las gracias, por parte de algunas personas a quienes brindó su apoyo, dedicación y vitalidad, a cambio de nada.
     Cerca de los cuarenta yo no tengo una casa como la que mis padres debieron vender ante una severa crisis. Solamente a veces, en medio de mis altibajos económicos, he podido retribuir a mi madre un poco de lo mucho que ella y papá me ofrecieron, con tanta generosidad.
     En mis deseos de prosperar siempre estuvieron ustedes, papá y mamá, porque también me enseñaron a ser agradecido hacia quienes antes me dieron más de lo que necesité. Él no me miró alcanzar las metas que anhelaba para mí. Espero contar con el tiempo suficiente para que los ojos de mi madre sean testigos de días más afortunados y deje de dolerle, que después de tanto luchar mis bolsillos permanezcan vacíos.
     De Don Hiram y Doña Chely heredé la certeza de que con esfuerzo y mucho cariño, cualquier trabajo que realice me brindará satisfacción y plenitud. Gracias mis padres también aprendí, que cuando se sabe por qué se hacen las cosas, las recompensas pueden esperar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario