viernes, 24 de junio de 2011

¡Mi gran amiga!


Berenice Méndez Medina
Es como mi “gemelis”. Vamos juntas a todas partes, compartimos secretos y emociones que fortalecen nuestra amistad. Nunca la comparo con nadie, ella es la mejor… es mi amiga predilecta. Nos brindamos afecto mutuamente y sabemos cómo transmitirnos paz, incluso en momentos desagradables. No me gustaría que nuestra amistad terminara. Afortunadamente, ambas somos tolerantes y no permitimos que un disgusto lleve a otro.
     Somos dos polos opuestos, porque tenemos distintas maneras de pensar y de ser, sin embargo, nos aceptamos con nuestras singularidades. Ella es muy romántica y expresiva, a mí no me gusta decir lo que pienso y escasas veces digo lo que siento. A mi amiga le fascina dibujar, pintar y hacer manualidades, que yo, con sólo tocarlas destruyo. Somos tan diferentes que ella desgasta el zapato izquierdo y yo el derecho; es raro que aun así, seamos tan unidas. Mi amiga debe odiar aquellos regaños míos cuando hace algo mal, pero los aguanta porque sabe que tengo razón. Con certeza ella sabe cuán especial es para mí.
     Esta unión se la debemos a mi mamá, que desde pequeñas hacía que la tomara de la mano al caminar y lograba que compartiéramos nuestros juguetes, ¡hasta la mamila! No se daba cuenta que estaba logrando lo que otras mamás no consiguen jamás.
     Le agradezco a Dios por darme la oportunidad de tener una hermana, sí, una hermana única y fabulosa, que no pienso abandonar nunca. Siempre estaré cerca de ella –en las buenas y en las malas–, para brindarle mi apoyo.
     Recuerdo todas las travesuras que le hacíamos a mi mamá, a mi hermano el menor y a mi vecina, a quien una vez agarramos a guayabazos. Siempre terminábamos castigadas en la esquina de aquel cuarto vacío, con el moretón del zapato de mamá dibujado en las piernas. Llorábamos y decíamos que no lo volveríamos hacer, pero era mentira. Después de un rato hacíamos una nueva travesura y terminábamos  castigadas otra vez.
     Lo que nos asustó en verdad, fue cuando en una ocasión hicimos desmayar a mi hermanito con una puerta de madera, que sin querer le cayó encima porque no lo supimos cuidar, pero, ¿cómo íbamos a cuidar a un niño de escasos dos años de edad, siendo también nosotras muy pequeñas? Creo que este susto nos hizo ser más precavidas a mí y a mi hermana y, a partir de ahí, jugábamos con mi hermanito afuera de la casa, en el patio de atrás; así, si él se caía,  mi mamá no alcanzaría a  escuchar los llantos y eso reduciría el riesgo de nuevos moretones.
     Fueron tantas las cosas que vivimos juntas, mi hermana y yo, que nunca se podrán borrar de mi mente: las recuerdo como travesuras de mi niñez.
      Ahora ya no tenemos moretones ocasionados por mamá, creo que hemos madurado; de diferente manera, pero seguimos fortaleciendo nuestra amistad que perdurará por siempre… ¡Te quiero hermanita!

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