domingo, 19 de junio de 2011

Crónica de una tarde de confesiones y una noche bohemia, en honor a Rosa Nissán




Hermes Castañeda Caudana
–Voy pero no canto, bailo ni recito –le advirtió Norma a Malena al salir de casa rumbo a la reunión organizada por Rebe Véjar, con motivo de un cumpleaños más de Rosa Nissán.
     –Incauta de mí –concluyó más tarde, porque quien asiste a una tertulia con Rosa, debe anticiparse y establecer una cláusula adicional: “tampoco desnudaré mi alma”.
     Estábamos –ellas y yo–, ahí. Cobijados todos por la gentileza de Rebe, compartiendo exquisita comida, delicioso vino, postres y café.
     – ¡Qué lindo que hoy abriste la puerta hacia tu jardín! –Se escuchó la voz de Rosa, complacida. Sin embargo, el sol no estaba invitado; por lo tanto, Rocío Fiallega tuvo que interrumpir aquel breve placer. El sabroso arroz con verduras preparado en la olla especial de Regis –el favorito de la festejada–, fue lo primero en acabarse. Tampoco tardaron mucho la ensalada, los taquitos de lechuga y picadillo, las suculentas carnes ni los postres.
     – ¿Capuchino o lungo? –Preguntó más tarde Norma a Rebe, quien exclamó maravillada: – ¡Qué lujo ser atendida así en tu propia casa!
     ¡Qué deleite! ¡Qué regocijo! Mientras el nivel de las botellas de tinto descendía al ritmo de la conversación, unas y otros nos compenetrábamos y nos dejábamos conducir por las osadas iniciativas de Rosa para charlar. Lo primero fue ponernos al día acerca de nuestra vida. Tras los entremeses y el choque repetido de las copas, de pronto, estábamos hablando de la exclusividad en el amor de pareja.
     – Uno de mis alumnos –nos dijo Rosa– afirma que no hay nada a lo que se oponga más, que a la absurda fidelidad. –Coincido con él –afirmé, luego de escuchar las opiniones de mi maestra y de Rocío Hernández. A continuación, con miradas expectantes, mis amigas escucharon el resto de mis argumentos. Después –no recuerdo por qué–, nuestra plática fue momentáneamente interrumpida y, ¡las demás aprovecharon para escabullirse!
     – ¿Alguien quiere más postre? ¿Otro cafecito? –Se escuchaban las solícitas preguntas al unísono, después de que tan sólo algunos habíamos desnudado nuestra alma y corazón. ¿Acaso olvidé el poder de mi maestra de “Autobiografía” para hacerme “soltar la sopa” a la menor provocación? ¡No lo sé! Lo cierto es que para ese instante ya no había manera de disfrazar mi impudicia; sin embargo, por fortuna, el nuevo tema propuesto por Rosa logró disminuir mi sonrojo y dejar atrás mi desazón. Para esa hora, el aire ya entraba a refrescarnos por la puerta que antes sirvió de barrera para el sol que, aunque con menos fuerza, insistía en ser partícipe de nuestra animada convivencia.
     Creamos imágenes con palabras –a propuesta de Rosa–, para ampliar nuestra perspectiva de las cosas, a partir de observar las ilustraciones del libro “Zoom”. Esto, porque en el taller que ella imparte actualmente en el Claustro de Sor Juana, se enfoca en el punto de vista en las obras literarias. Rocío Hernández fue la primera y la más creativa. ¡Qué bárbara! Exclamamos a un tiempo los ahí presentes. ¡Además de excelente escritora, tan perspicaz! Y eso no fue todo, porque después dimos paso al disfrute visual de su obra plástica. El consuelo para los menos virtuosos, llegó cuando al momento de continuar la fiesta, con la bohemia, ella declaró: ¡Pero yo no sé cantar!
     La guitarra de Héctor –quien se integró a la tertulia ya avanzada la tarde– acompañó en seguida nuestras voces que entonaron las canciones preferidas de Rosa, y las que forman nuestra banda sonora en el punto en que las historias se entrecruzan, desde que por uno u otro motivo decidimos que ella –escritora subversiva y maestra tan generosa como sabia–, nos mostrara el camino para arrebatar del olvido nuestros recuerdos, al escribir.
     La penumbra en la sala de Rebe me hizo notar entonces que el sol se había marchado desde hacía rato, y ahora la convidada era la luz de luna, que llegaba tímidamente hasta nosotros desde la transitada avenida cuyos sonidos nos recordaban esa otra vida afuera, la de la gran ciudad, aquella que trató tan mal al Jacinto Cenobio de Amparo Ochoa a quien, adentro, homenajeábamos con nuestro canto.
     Las cualidades de Héctor como compositor, la sorprendente fuerza en la interpretación de Eva y la acostumbrada belleza en la voz de Malena, fueron el clímax de la bohemia. Afuera, la vida transcurría. Adentro, por completo la vivificábamos con la dicha de nuestro encuentro.
     Para mí, era el momento de volver a casa. Antes de eso, la foto del recuerdo junto a Rosa, mi querida maestra que hace tres años me señaló, sin saberlo una ni otro, un nuevo sendero en mi vida: el de la literatura. Los cafés obsequiados por Malena y Norma, habían despejado por completo mi mente del placentero mareo del vino tinto. En ese momento, fue que recordé –tras un repentino golpe de tardía lucidez– mis confesiones sobre la inconveniencia de la exclusividad en el amor de pareja. – ¡Qué hice! ¡Desnudé mi alma sin tapujos! –Reaccioné hasta entonces. Pero ya era tarde para pensar en los límites señalados por Norma, antes de acudir a la fiesta. –Al menos hoy no bailé ni recité –me consolé para mis adentros y, todavía borracho de alegría, emprendí el camino de regreso.

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