lunes, 11 de julio de 2011

Mi clausura


Carlos Daniel Ramírez Castañeda
El día de mi clausura me sentía muy nervioso porque concluía una importante etapa de estudios, en mi vida. La verdad, esperaba con ansias ese día pero, al mismo tiempo, no, porque extrañaría a mis amigos.
     Lamentablemente, amaneció lloviendo. Una vez que llegué a la escuela “Luis Donaldo Colosio Murrieta” del Fraccionamiento “Las Américas I” de Iguala, Guerrero, mis amigos y yo nos reunimos en el salón. Ahí, estuvimos hablando y todos comentaron que se inscribirían en la Escuela Secundaria “Antonio Caso”. ¡Me puse feliz porque nos seguiríamos viendo y también jugaríamos la reta de futbol en el recreo!, ya que ése era nuestro pasatiempo preferido durante los ratos libres en la primaria.
     Lo primero fue el cambio de escolta. En ese momento miré hacia a la entrada, ¡y mi mamá todavía no llegaba! A pesar de la fuerte lluvia, iniciamos así, cuando el agua estaba más fuerte. Me sentía triste porque aquella sería la última vez que cargaría la bandera. En eso, alcancé a darme cuenta que mi mamá entraba a la escuela y me sentí más tranquilo, porque ella se habría puesto muy triste si no me miraba entregar la enseña nacional, a la nueva escolta. Aquello fue lo único que hicimos en la cancha, debido a que el aguacero no tenía para cuándo terminar.
     En seguida, nos entregaron los documentos en un salón. A mí, también me dieron un reconocimiento por haber sido el más destacado de la generación, al cumplir con todos los trabajos en clase y las tareas. Mis amigos, Luis Fernando y Miguel Brandon, dijeron unas inspiradoras palabras de despedida. De quinto año, las dijo Brenda.
     Cuando se calmó un poco la lluvia, se nos comunicó que había llegado –aunque tarde– la madrina de nuestra generación, que en su honor llevó por nombre: “Ma. De los Ángeles Santana Díaz”. De inmediato nos pusimos las togas y bailamos el vals que tanto ensayamos. Le perdoné a la madrina de generación el haber llegado tan tarde, cuando dijo unas palabras de despedida que me gustaron mucho y, más aún, cuando nos entregó nuestras mochilas de regalo.
     Al finalizar la clausura, mi maestra Marcela dijo por el micrófono que cada uno podía tomar un poste de globos y ¡todos corrimos! A lo lejos, estaban mi mamá y mi tío –quien también llegó tarde y fue mi padrino a la vez–. Sin perder un segundo, me apuré a tomar un poste, como si éstos no fueran a alcanzar para todos y, al dirigirme hacia mi familia, vi que reían; al preguntarles por qué, comentaron que en ese momento –vestido con toga, con mi nueva mochila en una mano y el poste en la otra– me parecía a Mary Poppins. Luego comenzó la sesión de fotos. En algunas, posé con mis amigos, para el recuerdo.
     Al llegar a casa, ya nos esperaban mi hermano y mi abuelita para irnos a almorzar al restaurant “Xóchitl”. El taxi que pedimos, nunca llegó, me imagino que porque seguía lloviendo. Por eso, tuvimos que salir caminando del fraccionamiento y, en la “Ruffo”, nos subimos a la combi. Ya que íbamos en camino, observamos que venían varios taxis libres, ¡tal vez entre ellos iba el que nos cansamos de esperar en casa!
     Desayunamos y almorzamos en familia, ¡todo estuvo delicioso! O, tal vez, fue el placer de estar con las personas que más quiero y que me apoyan en todo momento. Lo que se nos olvidó, fue pedirle a alguien que nos tomara una foto familiar, pero no importa, las imágenes de ese día quedarán grabadas por muchos años, en mi corazón y en mis recuerdos favoritos.

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