domingo, 29 de mayo de 2011

El cuarto piso


Gemina Castro Visoso
Eran casi las tres de la tarde, y yo, caminaba frente a la “Plaza Esmeralda”, esta vez sola. Trataba de avanzar lo más rápidamente posible, porque debía llegar a tiempo. El día estaba nublado y con augurio de que pronto llovería. Después de minuto y medio, por fin llegué a mi destino. Apresuradamente subí las escaleras y llegué hasta el cuarto piso. Continué por el pasillo que me llevaba al área de devoluciones y compensaciones de Teléfonos de México, donde realizaba mi servicio social. Al llegar a la oficina, la licenciada me indicó lo que haría mientras ella regresaba, ya que estaba a punto de salir a comer.
     Me senté frente a la computadora y comencé a imprimir varios reportes; mientras lo hacía, de repente empecé a sentir miedo porque era la primera vez que me quedaba sola en aquel lugar. La oficina tenía un baño que estaba a un lado de donde me hallaba sentada; frente a mí, estaba la puerta que daba acceso al pasillo. Tenía mucho frío; pues aunque no hacía calor, el aire acondicionado estaba encendido a tan sólo 17 grados. La oficina se veía oscura porque estaba nublado. A mi alrededor, lo único que había era un silencio inexorable.
     Sin más alternativa continué imprimiendo los reportes pero, cuando me levanté para colocarlos sobre el escritorio de la licenciada, ¡la puerta del baño se abrió! Por un instante me asusté, aunque al momento pensé, “la ventana ha de estar abierta, seguramente la puerta se abrió por el aire”, no obstante, ¡cuál fue mi sorpresa cuando vi que la ventana estaba cerrada!, así que sin más cerré la puerta y me alejé de ella.
     A poco menos de un minuto, la puerta se abrió una vez más. Sorprendida y llena de espanto, ¡no sabía cómo reaccionar!, me quedé paralizada. Sentí cómo todo mi cuerpo se ponía helado, mi mente se quedó en blanco y después, salí casi corriendo al pasillo. Una vez ahí, me senté frente a los ventanales. A través de ellos podía ver parte de la ciudad, lo cual me hacía ansiar todavía más, estar afuera del edificio en aquel instante.
     Mientras pensaba si regresaba a la oficina o no, volteé hacia ella; al momento de hacerlo, vi pasar velozmente a un niño pequeño, entonces, me invadió un miedo enorme, que hizo latir mi corazón tan deprisa como nunca antes.
     Presa del susto, como pude, bajé al tercer piso, donde alcancé a ver a dos licenciados que estaban trabajando en sus oficinas, así que en este pasillo, decidí esperar a la licenciada.
     Ella llegó cuando las manecillas del reloj marcaban las cuatro de la tarde. Al verme, me preguntó qué hacía yo ahí. Entonces, con la mayor tranquilidad que pude, le conté lo que me había sucedido.
     La licenciada comenzó a platicarme que eso que me había pasado, ocurría con frecuencia. “Antes este edificio fue un hotel –me aclaró–, y en el cuarto piso vivió una pareja que tenía un hijo. Sin embargo –prosiguió con toda calma–, el niño murió accidentalmente, atorándose en el ventilador del techo al saltar sobre su cama, porque el techo estaba bajito”. Yo, perpleja y asombrada, me limité a escuchar aquella explicación, mientras un escalofrío me recorría el cuerpo.
     Así fue como ese tenebroso día, supe que allí pasaban cosas extrañas; que se abría la puerta del baño, se aparecía un niño, e incluso solía oírse su voz. Afortunadamente durante los cuatro meses que estuve ahí, nunca lo escuché. Ésta que hoy les cuento, fue la única ocasión que el pequeño fantasma se me apareció. 

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