domingo, 22 de mayo de 2011

¿Y la tarea?


Berenice Méndez Medina
– ¿Sólo son dos semanas? Ni modo, tengo que hacer que rindan, pero, ¡hay tarea hasta para regalar! ¿Qué voy hacer? Pues en la primera semana aprovecharé hasta el miércoles para hacer tarea y después a lo tradicional, ya la próxima semana termino lo que falta. ¡Qué malo es planear!
     Se llegó el lunes, entre los quehaceres de la casa y el altor de ropa que no había lavado se acabó el día y no hice tarea. El martes por la mañana, quehacer y almuerzo, jugar con mi perrito Benito, ayudar con la comida, jugar con Benito, ver televisión, chatear, jugar con Benito y se terminó el día. El miércoles hice tarea pero no tanta como esperaba, me la pasé más tiempo jugando y comiendo mangos.
     Ya llegó el jueves, ¡por fin! Todos arriba de la camioneta y yo casi llorando por Benito, que se quedaba triste y encerrado. Llegamos a Tlaxmalac, felices porque mi hermana y yo íbamos a  ver cosas buenas o más o menos buenas. Nos dirigimos a la iglesia y el sermón duró horas, ¡ya no sentía los pies! Los tacones me estorbaban y, ¡cómo no!, si estábamos parados. Terminó todo y ahora sí íbamos a divertirnos con los chicos que nos vigilaban desde lejos. Después de un rato sentadas, riéndonos, llegó la hora de regresar a casa.
     Viernes santo, muy temprano nos arreglamos, nos dirigimos nuevamente a Tlaxmalac y sucedió lo mismo del día anterior: los chavos no se acercan porque le tienen miedo a mi papá. ¡Y cómo no!, si son bien obvios.
     Sábado, ¡por fin! El día más esperado. Todo el tiempo jugué con Benito, ni me acordaba de la escuela. Se llegó la noche; felices, nuevamente partimos hacia Tlaxmalac, pero esta vez fuimos a la casa de mis tíos. Plática, plática y más plática, estaba desesperada, ¡quería que se llegara la hora del baile! Cuando por fin llegamos al centro nos estaba esperando la misa más larga, para colmo, como llegamos tarde, tuvimos que aguantar dos horas parados.
     Cuando terminó la misa, comenzaron a llover bombas defectuosas. ¡Qué susto me llevé al ver que las bombas parecían reventar en mi cara! Pero qué risa me dio ver el rostro pálido de susto de Ely, cuando vio que el techito de chapulistle se estaba incendiando. Con todo el sentido del humor, mi papá nos jaló, nos subimos a un pretil y dijo –vamos a divertirnos desde aquí–. La gente corría y no paraban de tronar bombas; llegó el comisario, los soldados se caían, otros corrieron  a sofocar el incendio con agua bendita, ¡y a Ely no le regresaba el color de la cara!
     Era la una de la mañana y apenas comenzaba el baile, mi mamá no quería dejarnos solas, deseaba quedarse con nosotras. Con todo el dolor de mi corazón le dije ¡NO! y tuvo que dejarnos.
     Los chavos, de lejos, nos observaban; esperaban que entráramos al baile, hasta que por fin nos animamos. Ellos se dirigieron a la entrada y preguntaron el costo. Sintieron caro o no les alcanzó el dinero (¡para eso me gustaban!), el caso es que perdieron la oportunidad de su vida.
     Adentro nos encontramos a un tío y nos sentamos con él. Después llegó su cuñado y parejas no faltaron. Se dieron las 5:00 de la mañana, mi papá nos estaba esperando afuera y nos fuimos.
     ¡Qué malos son los papás! Son las 8:30 de la mañana y ya nos están hablando, ¡ahora sí parecía zombi! Otra vez nos arreglamos y nos fuimos nuevamente a Tlaxmalac a ver cómo se quemaba Judas. Muy bonito todo (menos Judas); bombas, truenos, buscapiés y traumadas por el incendio de la noche anterior, mi hermana y yo decidimos alejarnos y protegernos adentro de la iglesia.
     Como es tradición, nos fuimos a la casa de mis tíos a quemar otro Judas que mis primos hacen para que todos los vecinitos vayan a jugar. En la noche nos despedimos de las tías que se regresarían a México. Esto me hacía recordar mis obligaciones. ¡Se había terminado todo! Ahora sí tenía que hacer la tarea.

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