domingo, 12 de junio de 2011

Regalo inolvidable


Zaraí Pina Bravo
Al ser niño, lo que uno más desea es un juguete para divertirse y disfrutar su infancia con él. Cuando era pequeña y empecé a entender la vida, ¡anhelaba tanto un juguete! En especial me habría gustado que fuera una muñeca, a quien platicarle todas mis cosas: mis inquietudes, problemas, angustias, temores, deseos y alegrías, en fin, todo lo bueno y malo que me sucediera en el transcurso del día.
     Pasaron uno, dos, tres, cuatro… perdí la cuenta de los años sin tener un juguete, como esos que los niños reciben “el día del niño” o cuando se celebra a “los santos reyes”, y que mis amiguitos o vecinos jugaban con tanta alegría en el patio de su casa o en la calle. Por supuesto, no faltaba aquel pequeño que me presumiera sus juguetes y, con ello, me sentía muy triste, hasta que afortunadamente había alguien que me los prestaba y jugaba conmigo.
     Recuerdo perfectamente que en esa época, las maestras pedían a todos los alumnos que lleváramos a la escuela los juguetes que nos habían comprado, para comentar algo sobre ellos.  Así que uno por uno iba explicando lo que le habían regalado y, cuando me tocaba a mí, no tenía más que inventar que mi juguete se me había olvidado en casa, porque me daba pena que mis compañeros se fueran a burlar de mí.
     Estaba muy chica para entender las razones de que mis papás no me compraran esa muñeca que tanto les había pedido. Hasta llegué a pensar que no era su hija o que no me querían, sin embargo, siempre supe que ninguna de estas dos cosas era verdad. Mis padres, después me explicaron la situación. Éramos muchos hermanos y, al comprarme algo a mí, también tendrían que haberles dado un juguete a ellos, lo cual no estaba a su alcance.
     Así pasaron varios años, sin que mis manos recibieran un juguete por parte de mis padres; hasta aquella vez, en una noche hermosa, cuando ni siquiera imaginaba que me sorprenderían con un grandioso obsequio. Era la fecha en que los “santos reyes” dan regalos a los niños. Mi papá y uno de mis hermanos mayores venían de trabajar y traían, en una caja forrada, un juguete para mí. ¡Era la muñeca que tanto había anhelado y que pensé, jamás recibiría! Al verla, mis ojos se llenaron de lágrimas y mi corazón de alegría. Extendí mis manos para recibirla y, con voz temblorosa, dije:
     – ¡Gracias por regalarme esta linda muñeca y cumplir uno de mis sueños, papá! Aunque él no me respondió, estoy segura de que también estaba contento al verme feliz. Después de ese día, cada vez que se podía vinieron más regalos; ropa, zapatos y más juguetes, entre otras cosas. Pero esa muñeca, ya con pocos cabellos y su vestido desgastado de tanto jugar con ella, no deja de ser el “regalo inolvidable”. El juguete preferido de mi infancia, que siempre recordaré con cariño el resto de mi vida.

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